LA ADOLESCENCIA ES UN TRÁNSITO, QUE REQUIERE MÁS ACOMPAÑAMIENTO Y MENOS PRECIPITACIÓN

JOSE RAMÓN UBIETO

Soy José Ramón Ubieto, psicólogo clínico y psicoanalista. Me dedico a temas de clínica de salud mental. Llevo muchos años trabajando, sobre todo con niños, adolescentes y también adultos, pero me ha interesado especialmente investigar sobre los síntomas contemporáneos de violencia, que enfrentamos en el día a día,  como el acoso escolar, las autolesiones o ideas suicidas. También reflexiono sobre la virtualidad y el mundo digital, que se tornó en la realidad nueva en la que todos vivimos. Me ha interesado analizar el impacto que ese mundo tiene tanto en términos de oportunidades, como de riesgos. Además, he colaborado con la Universidad Oberta de Cataluña, con la Universidad de Barcelona, y colaboro también con algunos medios de comunicación.

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(Los párrafos en negrita corresponden a Pepe Menéndez y los párrafos sin destacar, a José Ramón Ubieto)

Muchas gracias, José Ramón, por aceptar por segunda vez una conversación en el contexto de Mudanzas. ¿Por qué has elegido esta imagen? ¿Qué ves en ella?

En la imagen se ven cuatro personas, de las que no se sabe la edad, pero se intuye que se trata de jóvenes, que están de pie, en una posición activa, y que están mirando fijamente una pantalla. No parece que estén hablando entre ellos. Y además, la pantalla parece tapar cualquier otra visión de la realidad. Es decir, que son ellos viendo lo que ven a través de la pantalla. Me pareció que era una imagen icónica y muy paradigmática de la época en la que vivimos.

Vemos que las pantallas tapan los ojos y los rostros.  Da la impresión de que son como las mascarillas de esta época digital.

Lo que ocurre es que el mundo ha cambiado. Una pantalla tiene una doble función. Por un lado, proyecta algo, y, por otro, vela algo también. Cuando vamos a un teatro o a un cine, vemos lo que la pantalla proyecta, pero no vemos lo que hay detrás del telón. En ese sentido, esas pantallas no solo nos protegen al ser un mediador, sino que también son un mundo. Esa posición activa de estos jóvenes que están mirando la pantalla denota que hay algo que les interesa. Incluso, podríamos decirlo más atrevidamente, siguiendo a Jacques Lacan ¿Somos nosotros que miramos las pantallas o son las pantallas que nos miran? A juzgar por la posición y la atención, quizás son las pantallas las que nos tienen atrapados. Por tanto, no sólo es la mascarilla que nos ponemos para protegernos del otro, sino que es también algo que nos atrae profundamente.

Hay algunas temáticas que tratas de manera enfática en tus libros, que me gustaría que comentáramos, a partir de lo que sugiere la imagen. En el final de la pandemia, escribiste un libro “El mundo post-COVID, entre lo presencial y lo virtual”. Predecías algunos cambios que tenían que ver con las circunstancias que estábamos viviendo. ¿Cómo ves esos cambios? ¿Cómo ves aquello de lo que hablabas entonces y lo que está pasando en la realidad? ¿Cómo lo analizarías?

En mi opinión, la pandemia mostró una exacerbación de tendencias que ya estaban antes. Por ejemplo, los problemas de salud mental en infancia y adolescencia no se generaron en la pandemia, sino que ya existían. La tendencia que observábamos en los datos ,desde hace cinco o diez años, es que iban en aumento. Las autolesiones, las ideaciones suicidas, nuestra estructura de conducta alimentaria, los problemas de insomnio… todo eso estaba antes de la pandemia. Lo que hizo el período pandémico fue sacar todo esto a la luz, sobre todo cuando ya estábamos en camino a la normalidad. Y a pesar de que eso se ha mantenido, hay que decir que hay aspectos que han ido mejorando también. Por ejemplo, a nivel de las cifras sobre suicidio y autolesiones, que tuvo un momento muy álgido, ahora ha ido recuperando unas cifras menos espectaculares. 

Por otro lado, la pandemia también marcó una tendencia que ya estaba antes, que es la digitalización de la vida, la entrada a un mundo en el cual lo digital colonizaba prácticamente cualquier aspecto de nuestra vida. Debido a la condiciones vinculares de ese momento, la pandemia exacerbó aquel aspecto. 

Otras dimensiones, que en su momento se vieron afectadas por la pandemia, ahora han ido volviendo atrás, como por ejemplo, el teletrabajo. La pandemia fue un momento en el cual parecía que el trabajo también se podría externalizar de los lugares físicos en donde están las empresas, y podía recluirse en el ámbito doméstico. Luego ya se vio que eso generaba demasiados problemas, como fenómenos de burnout, porque los trabajadores estaban solos, y a veces tenían que tomar decisiones o hacer comentarios que no podían porque estaban recluidos. Eso hizo que las empresas se replantearan hasta qué punto esa modalidad de teletrabajo era realmente productiva. Y se vio que no lo era del todo. Estos cambios, que se han quedado, se han ido matizando, pero ha sido como una especie de aceleración, sobre todo en el fenómeno de la digitalización de la vida. Sin la pandemia, probablemente todos estos cambios se hubieran ido produciendo, pero hubiéramos tardado mucho más en verlos.  

Sería lo que denominamos, en la segunda fase de la pandemia, como la “nueva normalidad”, indicando que ya no volveríamos a lo que era antes. Y es verdad que a veces, en la visión de que las cosas van cambiando, hay como una cierta exageración de esos cambios. Esta “nueva normalidad” muestra unas tensiones entre lo antiguo y lo nuevo que nos dificultan la comprensión sobre cómo debemos actuar. Has hablado muchas veces del estrés psíquico que produjo la pandemia y el periodo post pandémico. Esta falta de comprensión de la nueva normalidad también la has tratado en tu obra “Del Padre al Ipad” que ha cobrado vigencia con el debate al que asistimos actualmente sobre la edad del uso del móvil y su prohibición.

Estos días hemos tenido el Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, celebrado en París, que tenía como título “Todo el mundo es loco”, y que refiere a una frase que Lacan pronunció en un contexto determinado. Lo que él quería transmitir no es que todo el mundo fuera psicótico, sino que todo el mundo encuentra en la vida fórmulas delirantes que le ayudan a mantenerse firme, a dar sentido a su vida, y que muchas de estas fórmulas tienen un punto absurdo. Algunas de estas soluciones se comparten, se colectivizan, y entonces pierden un poco ese carácter más genuino, más bizarro. En cambio, hay otras que son más singulares, y que hacen que tú veas una persona que las pronuncia, y digas “qué friki”.

Esto tiene que ver con lo que decías de la nueva normalidad que, realmente, es un eufemismo. Cuando ves las vidas de las personas, los que vienen a consultarme por ejemplo, te das cuenta que cada uno tiene que inventarse su vida. Hoy en día, hay fórmulas que en otro momento podían ser mucho más rígidas, creíbles y poderosas. Sobre todo, las fórmulas religiosas que orientaban a grandes masas de población o las fórmulas identitarias políticas, como el comunismo, el fascismo y las grandes ideologías del siglo XX que organizaban un poco la vida de las personas. Esos relatos colectivos hace ya tiempo que fueron perdiendo poder, con lo cual ahora la gente tiene que organizarse su vida, y a veces lo hace en base a comunidades muy particulares, que tienen que ver con la identidad sexual, o con un modo de satisfacción concreto. Por ejemplo, hay un fenómeno actual que es el tanatoturismo, que está conformado por personas que encuentran una satisfacción especial en recorrer lugares oscuros como puede ser el Holocausto, campos de concentración, o lugares donde ha habido una guerra. Cada vez hay más fenómenos que nos pueden resultar extraños la primera vez que los escuchamos, pero que luego, cuando los ponemos en serie y vemos el conjunto, nos damos cuenta de que proviene de esa necesidad que tiene cada uno de encontrar su propia vía. Y ahora, con lo digital, eso se ha multiplicado. Valga el caso de nuestra colega catalana, la artista Alicia Framis, que ha anunciado que se casará en primavera en Ámsterdam con un holograma. En principio puede parecer muy pintoresco, pero es una fórmula para una mujer que quiere tener una compañía y que probablemente no ha encontrado el hombre, la mujer, la pareja o el ser real que le conviene. Y por esa razón ha pensado que quizás su fórmula pueda ser a través de una máquina. Esa relación con las máquinas va a ir en aumento.

Lo estamos viendo ahora en el Mobile, en donde hay perros robots que hablan y te dan la mano. Es decir, que la relación con las máquinas es una fórmula delirante en el sentido de que tiene algo un poco anormal, como decía Foucault, pero es algo que va a formar parte del escenario de la vida. Por lo tanto, la nueva normalidad es esto, un conjunto de fórmulas, algunas muy particulares, pero que le sirven a cada uno en sus círculos, en sus burbujas y en sus lugares de pertenencia. Son como orientaciones, una vez que la época de los relatos ya pasó y ya no hay grandes visiones colectivas. 

No sé si estarías de acuerdo en que este contexto que estás describiendo es la consecuencia de un mayor enfoque en el individualismo. Hace ya un tiempo que nos centramos mucho en nosotros mismos, en nuestro nivel de satisfacción y en vernos a nosotros como clientes. Me gustaría enlazarlo con la educación, que es el tema que también interesa en esta conversación. La escuela es un espacio privilegiado de socialización desde la infancia, y parece como que se fuera difuminando como parte del relato colectivo. La infancia crece en esta dispersión de relatos y al mismo tiempo crece en un mundo cada vez más individualista. Tú haces mención de esto al hablar de los “hiper”… hiperactivos, hiperconectados, hiper sexualizados, hiper regalados.

El siglo XX fue un siglo del “nosotros”. En primer lugar, de lo colectivo, con estas grandes ideologías que organizaban las masas y la vida. Esto tenía unas ventajas, evidentemente, pero también tenía muchos inconvenientes, ya que prescribía las vidas de una manera a veces demasiado rígida, de tal modo que a uno no le era fácil salirse de ahí. Me refiero, por ejemplo, a la identidad sexual que quedaba completamente prescrita respecto al ascensor social que determinaba hasta qué piso podía llegar uno, entre otros ejemplos. Lo colectivo no es un ideal en sí, es una fórmula que tiene sus pros y sus contras. Pero es verdad que ahora, el siglo XXI es más bien el siglo del “yo”. Esa idea muy neoliberal de que cada vida depende de uno. Uno no es la gente, es causa sui. De él depende su éxito y su fracaso. Ahora, por ejemplo, atiendo a jóvenes entre 25 y 40 años que tienen dificultades, a veces, para establecer una relación de pareja más o menos estable, porque cada uno prioriza su proyecto de vida, de tal manera que seguir juntos implicaría renunciar al tipo de vivienda que quiero, al lugar donde quiero residir, a la comodidad de poder establecer mis horarios. En fin, hay un montón de renuncias que son obligadas cuando uno comparte en pareja, algo que muchos jóvenes no están dispuestos a hacer o se toman un tiempo largo antes de decidirlo. Y por eso también tenemos problemas en cuestiones de la reproducción, porque nos encontramos muchos jóvenes que se plantean a los cuarenta años la posibilidad de tener hijos, y ahí aparecen otro tipo de problemas. Es cierto que este individualismo tiene además una característica curiosa, porque es un individualismo de masas, es decir, cada uno de nosotros nos sentimos originales, nos sentimos que vamos a tener un proyecto de vida peculiar, que vamos a redecorar nuestra vida como dice esa empresa, pero en realidad todos vamos a la misma empresa y compramos los mismos muebles. Todos redecoramos un mismo lugar, con los mismos libros de autoayuda, con los mismos podcast y demás. Así que, por un lado está el yo, esa veneración que tenemos al individualismo, al narcisismo incluso, pero, por otro lado, está el hecho de que finalmente eso no nos libra ni mucho menos de las ataduras del consumo que trabaja para customizar la demanda, como digo yo, para que tú tengas una respuesta que te da la impresión de que es ajustada para ti, personalizada, pero es la misma que la de cientos de millones en el resto del mundo. 

En tu último libro “Adictos o Amantes. Claves para la salud mental digital en infancia y adolescencia”, propones algunas claves para acompañar y ejercer el papel de padres y de referentes de la infancia y la adolescencia. Recuerdo que en alguna conversación que hemos tenido comentabas las comidas en familia como una estrategia beneficiosa para el aprendizaje escolar, incluso.

El ritual de la comida es muy importante. Los antropólogos lo saben y lo han estudiado mucho. En muchas sociedades, como la nuestra, es muy característico de los funerales. Muchos de los rituales incluyen una comida. Después de enterrar al muerto, la gente se reúne para comer y muchas veces incluso se acaban riendo. Esa comida forma parte de ese rito funerario porque inaugura un duelo colectivo. Hay algo, como decía Freud, de la incorporación simbólica del que se ha ido, en donde cada uno lo hace a través de ese ritual. Por tanto, la comida es algo que forma parte de la vida y de la muerte. En el caso concreto que tú señalas, es un ritual que yo aconsejo siempre para las familias, incluso para las escuelas, aunque sé que eso tiene complicaciones por la organización escolar, pero creo es un ritual al que hay que darle toda la importancia que tiene. Por ejemplo, yo he tenido casos de niños y adolescentes que me han explicado situaciones que han podido desvelar gracias a que sus padres tienen absolutamente delimitadas las pantallas en el horario de comida. Eso ha permitido que los niños y los adolescentes puedan hablar en ese momento de cosas cotidianas, tales como “hemos tenido una pelea en la escuela”, “la profesora se enfadó y expulsó al otro”, u “hoy he tenido una discusión con mi amiga porque me ha dicho no sé qué”. Todo eso forma parte de la vida de los niños y los adolescentes, que les causa problemas a veces porque no saben cómo resolverlo. La comida es un momento fácil para hablar de todo esto, y establecer ese ritmo de conversación ayuda a solucionar algunos de estos problemas, sean situaciones de acoso escolar que se desvelan, situaciones de insuficiencia o de sentimientos de impotencia que cada uno puede tener. Es algo que constatamos en la clínica y estudios. Lo cito en el libro al que te has referido, en relación a estudios, sobre todo norteamericanos, en los que se vincula la comida en familia como un factor de éxito académico, dado que favorece la creación de un espacio que libera tensiones, que permite comprender situaciones y que facilita los adultos aporten sus propios testimonios sobre cómo les ha ido a ellos.

Y en la escuela también sería bueno que los maestros se planteasen ese ritual de la comida con los alumnos, ya que invita a un encuentro sin tensiones ni presiones de rendimiento y en cambio, puede facilitar la conversación. 

Los rituales en la vida son necesarios. Lo han sido, por ejemplo, en la pandemia que instaló la costumbre del lavado de manos en todo momento para permitir la acogida, y reducir el temor y la angustia del contagio. Más allá de las cuestiones sanitarias, sobre todo servía para eso, para que todo el mundo, colectivamente, se hiciera cargo de lo que estaba pasando.

Estamos viviendo, especialmente en Cataluña pero también en España y otros países del mundo, el gran impacto que han causado los resultados de aprendizaje académico del informe PISA. Creo que muchas veces las claves para comprender estos resultados están en la periferia del sistema educativo. Las podemos encontrar en el proceso de escolarización, de acompañamiento, de acogida y, a menudo, no tanto en las cuestiones técnicas del aprendizaje puro de matemáticas o de lengua, que también son muy importantes. Tenemos que pensar qué condiciones estamos creando para que los niños y los adolescentes aprendan. Y es curioso que, al final, una de estas claves puede ser algo tan antiguo, pero al mismo tiempo tan simple, como comer en familia, hablar sin estar juzgando, sin reñir y sin que sea un momento que se aprovecha para ajustar cuentas. Quisiera cambiar de tema y que conversemos sobre algo de lo que has escrito y reflexionado mucho, que es el acoso escolar. Me gustaría que lo relacionemos con el papel de los educadores y lo que podemos hacer en la escuela.

El acoso escolar es una manifestación sintomática de que hay algo que no va, que no funciona y eso se encarna en la escuela, porque fuera de ella hay otras formas de violencia. El acoso escolar lo podemos leer como algo que ocurre entre los alumnos, pero que va destinado a los adultos. No es sólo un asunto entre ellos, sino es algo que implica a los adultos también porque, en definitiva, el acoso escolar no deja de ser una falsa salida a los impasses propios de la infancia. Sabemos que a partir de los 16 años es muy raro que haya fenómenos de acoso, porque ya hay otra posición y hay otras maneras de relacionarse. Entre los 10 y los 14 años es el momento álgido en el que los niños y las niñas se encuentran con impases sobre, por ejemplo, cómo será su vida futura, cómo se arreglarán, cómo saldrán adelante, cómo lograrán encontrar una forma de cohabitar con su cuerpo en términos de identidad sexual, de prestancia social y de relación con los otros. Todas esas dudas les acosan. El acoso escolar es primero un acoso hacia uno mismo, y en un intento de salida, se toma un chivo expiatorio y se piensa que “vamos a arreglar todo esto haciendo que uno pague por el resto”, ya sea el “gordito”, que pague por todos los que tenemos dudas sobre nuestra imagen corporal, el “extranjero”, que pague por todos los que tenemos dudas sobre nuestra propia integración social o sobre si somos extranjeros para nosotros mismos y para el resto, el niño con problemas de autismo, que pague por todos los que tenemos dificultades de socialización y de expresión, o la chica un poquito “espabilada y guapa”, que pague por todas las chicas que no sabemos bien cómo nos vamos a construir como mujeres. Es una fórmula clásica: elegir un chivo expiatorio y sacrificarlo en la arena pública, para que conjure todos esos temores. 

Aquí el problema es que todo esto se dirige a los adultos y a los docentes también, porque en realidad son preguntas que se hacen ellos y que alguien tiene que ayudarles a responder, porque cuando ellos las responden por la vía del acoso escolar es una falsa salida. Nada de esto les libra de esas preguntas, y aquí el problema es que a veces, los educadores no están suficientemente atentos, o lo están pero no siempre descubren o captan estos movimientos desde el origen. Los captan cuando ha pasado un tiempo, y por eso hay que buscar soluciones que sean colectivas, que sean de corresponsabilidad, que no impliquen que los docentes tengan que convertirse en vigilantes o policías de los delincuentes, sino que veamos el papel crucial de los “testigos” de esos abusos, porque son siempre la pieza clave. Los chicos y chicas que ven esa escena y que participan de manera pasiva o cómplice son elementos fundamentales. Ellos son corresponsables. Todas las soluciones exitosas en el acoso escolar parten de la idea de que hay una corresponsabilidad entre familia, docente y todos los alumnos, tanto los que ejercen en ese momento el rol de acosador o de acosados como los que miran y observan al ser.

Recuerdo un artículo que publicaste el año pasado, “Adolescencias híbridas entre lo presencial y lo virtual” que me sugiere conversar sobre las identidades de género, y el gran debate que suscita. Suele ser un tema muy espinoso, que produce además enfrentamientos radicales, incluso en posiciones ideológicas que parecerían cercanas. Pero la realidad es que abocamos numerosas propuestas e iniciativas legislativas que afectan a unos niños y jóvenes que son destinatarios más que protagonistas. A veces me pregunto si son víctimas o personas que pueden disfrutar de unas mayores libertades.

Freud, que era un hombre del siglo XIX, vivió hasta 1938. Tenía, de entrada, una idea heredada de la época victoriana, que concebía la posibilidad de una armonía sexual y de lo que hacía falta para encontrar sus claves. Poco a poco, la clínica le fue demostrando que eso no era así. Y Lacan, que fue el continuador más importante del psicoanálisis, dijo de una manera muy clara que la relación sexual no existe. Y no se refería, evidentemente a que no hubiera actos sexuales, sino que la proporción, la armonía, el encaje, no existía, porque siempre había puntos de divergencia. Eso nos abre una perspectiva distinta, porque tenemos que ver todas las variedades y las diversidades, no como un problema y como algo patológico, sino como las fórmulas cada uno inventa frente a esa inexistencia de la relación sexual. Desde situaciones como la de dos mujeres o dos hombres que se juntan, o la de una mujer que tiene hijos con un hombre que no es el padre, pero que tienen un acuerdo de parentalidad. Hay miles de formas del listado de familias.

Ahora hemos aceptado que la diversidad sexual no es algo patológico, sino que recoge una realidad que había estado muy oculta y muy tapada. No nos conformamos con el simplismo de que si tenías pene, eras chico y querías a las chicas; y si tenías vulva, eras chica y querías a los chicos. Era una ilusión, que se convertía en una cárcel para todos aquellos que no se encontraban en ese encaje. Afortunadamente ha cambiado, y lo primero que hay que decir es que el fenómeno trans, como fenómeno general, lo debemos tomar literalmente como un tránsito

La adolescencia es eso, un tránsito de la infancia a la vida adulta y hay que concluir sobre la identidad sexual y, en ese tránsito, se exploran muchas cosas. Todos hemos explorado la pubertad, situaciones de satisfacción o detecciones de objetos. Ahora, eso se hace y se hace con mucha más libertad. Tengo pacientes que vienen a consultarme cuestiones como si soy lesbiana o no, o chicos que han tenido un encuentro con otro chico y tienen novia, y les ha gustado el encuentro con el chico, pero también les gusta sus encuentros con la chica, y entonces tienen dudas y van haciendo un recorrido hasta que van decidéndose más adelante. El 33% de las mujeres en España se declaró bisexual en una encuesta reciente. Esto no quiere decir textualmente que practican ambas relaciones, sino que no encuentran cuál es exactamente su identidad, y no se fijan en la identidad sexual del otro. Lo que quiere decir es que han tenido experiencias que les gustan, sea con una persona masculina,  femenina, homosexual o heterosexual. 

A partir de esta realidad, creo que lo importante es admitir, primero, que lo trans no es patológico, que es un fenómeno de época, y que esa diversidad es algo que responde a la inexistencia de un libro en blanco y de un patrón. Pero, al mismo tiempo que reconocemos esto, creo que deberíamos admitir que, sobre todo en lo que se refiere a la infancia y la adolescencia, son muy importantes los tiempos en los que se concluyen las cosas. Freud decía siempre a los docentes que sobre todo tuvieran en cuenta que la educación es un momento para disfrutar, para divertirse y para aprender, por supuesto, pero que no les obligaran a concluir rápidamente sus procesos. Que les dejaran tiempo porque ya la concluirán, ya serán adultos y encontrarán su camino. Por lo tanto, en estos momentos, el riesgo mayor es querer precipitar esos procesos de identidad. En realidad, estamos proyectando ideales adultos que nos llevan a precipitar conclusiones, que pueden tener el efecto contrario. Ya conocemos casos de personas que en un momento dado decidieron hacer una transición en el cuerpo y después se arrepintieron de haberlo hecho. 

Creo, en definitiva, que no hay que criminalizar ni patologizar ninguna decisión que tenga que ver con lo trans, pero también hay que pedir que se contemple ese tiempo para comprender, porque sabemos que la adolescencia es un momento de muchas oscilaciones, de muchas variaciones, de ideas que parecen hoy una certeza absoluta y mañana es todo lo contrario. En esos momentos de “mudanzas”, como tu propio podcast, hay que dejar un tiempo para comprender en qué dirección quiere ir uno.

La clave de toda esta época de infancia y adolescencia está en el acompañamiento de los adultos, padres y profesores. Y, a veces, me da la impresión de que ahora los acompañantes están más desconcertados que los acompañados. 

Sherry Turkle, una psicóloga americana muy interesante, tiene un libro precioso “En defensa de la conversación”. Es una apología de la conversación como método que debemos recuperar, alimentar y trabajar porque es lo que nutre los vínculos entre iguales, entre docentes y alumnos, y entre padres e hijos. Ella escribe que tenemos muchos problemas, muchas transformaciones, mucha incertidumbre, muchas amenazas, pero que nos tenemos a nosotros. Ese es el punto de partida. Los padres tienen a los hijos y los hijos tienen a los padres. Me parece que esa podría ser una buena manera de concluir la conversación y también de dar un mensaje en este sentido, no buenista, sino real. Tenemos que creernos que los padres siguen siendo los primeros influencers de sus hijos, mucho más que todos los digitales, porque son quienes los han criado y son el primer vínculo afectivo. Este punto de partida, y esa influencia que les viene dada por su condición de padres, tiene que realizarse para que sea efectiva. Y la mejor manera de hacerlo es alimentar esa conversación. Creo que para los hijos también es una buena noticia que los padres no se sientan tanto asegurados en las certezas definitivas, sino, sobre todo, en su posición de influencers. Creo que los padres se equivocan a veces en el tiro, y piensan que ellos deben saberlo todo y tener respuestas sobre muchas de las cosas que les preguntan sus hijos. Y en realidad no hace falta tener respuestas sobre todas esas cosas, lo que hace falta saber es que como padre, eres un elemento de apoyo y que debes practicar este rol. Ese  es el mejor control parental, frente a la tendencia de externalizar la educación propia de las casas, convencerse de que el mejor apoyo y el mejor acompañante, sigue siendo uno mismo (padres y madres), importante para el otro (adolescente). A partir de esta convicción se podrá ejercer esa influencia y acompañar para encontrar las respuestas… porque las va a encontrar. 

Enlazándolo con la imagen que nos proponías, se trataría de bajar un poco el móvil, mirarnos a los ojos y poder conversar. Muchísimas gracias José Ramón.

Design Thinking de Ana Mangas (@anasalamanca99).

Publicado por Pepe Menéndez

Soy Pepe Menéndez. Comunicador y consultor en procesos de transformación profunda de la educación. He formado parte del equipo directivo de Jesuïtes Educació, que imaginó, diseñó y desarrolló el proyecto de transformación educativa "Horitzó 2020". Nací en Barcelona el 21 de agosto de 1956. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (1982). Trabajo en educación desde 1981. He enseñado en todas las etapas educativas de la Secundaria y de la Formación Profesional. Convencido que el liderazgo para el aprendizaje y la transformación social puede dar mejores oportunidades a alumn@s y profesor@s.

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