LA CERCANÍA DE LA MUERTE HA ACRECENTADO MIS DESEOS DE VIDA

NORA BEATRIZ KVIATKOVSKI

Pertenece a la Congregación de las Religiosas de Jesús María. Nació en Argentina en el 10 de agosto 1972. Especialista en Espiritualidad Ignaciana. Tiene un Máster en Teología Sistemática por la Pontificia Universidad Católica Argentina. Máster en Teología Espiritual y máster en Espiritualidad Ignaciana por la Pontificia Universidad de Comillas (Madrid). También tiene un máster de Formación Profesional de Coach Ontológico, con el Aval de la International Coach Federation ICF: Axon Training (Argentina), 2018. Tiene formación permanente en diversas áreas como por ejemplo capacitaciones en diversas temáticas sobre: acompañamiento espiritual, discernimiento ignaciano, ecumenismo y diálogo interreligioso, escuela para la reconciliación, teología de la mujer, espiritualidad Bíblica, acompañante de ejercicios espirituales ignacianos, pedagogía ignaciana, escuela de ejercicios espirituales ignacianos, crecimiento psicoespiritual, entre otros. 

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(Los párrafos en negrita corresponden a Pepe Menéndez y los párrafos sin destacar, a Nora Beatriz Kviatkovski)

Buenas tardes, Pepe. Muchas gracias por invitarme a este espacio de conversación. Desde el año 2016 no nos veíamos. Tuvimos el placer de encontrarnos en Bogotá, Colombia. He tenido la suerte de vivir en Colombia, México, Uruguay y en tu país, España. Mi nacionalidad es argentina y mi nombre es Nora Beatriz Kviatkovski. Pertenezco a la Congregación de las Religiosas de Jesús María y llevo ya 30 años de consagración en ella. Mi conversión antropológica y mi vida espiritual están profundamente influenciadas por la espiritualidad ignaciana. Puedo decir que, tanto en la práctica vivida como en la dada y estudiada, me considero hija legítima de Ignacio de Loyola e hija adoptiva de Santa Claudina Thevenet.

Cualquiera que lea tus artículos o alguna entrevista reciente, sabe que en estos momentos tienes un cáncer de grado 4, terminal, y que estás en cuidados paliativos. Sin embargo, tienes una personalidad muy curiosa y peculiar. Te han comparado incluso con una monja de una película de Pedro Almodóvar, el director español de cine. Cuando te conocí, tuve la impresión de encontrarme ante una persona con una mente muy abierta y una vitalidad extraordinaria. Has propuesto que empecemos esta conversación con una imagen tuya ante un enorme cartel que dice «pura vida». ¿Por qué has elegido esta imagen?

Foto: Fotografía propia de Nora Kviatkovski en Oviedo, Asturias. 

Justamente por lo que acabas de decir. Creo que cuando nos acercamos al final de nuestra vida, en una situación como la mía, lo que resalta es lo que hemos vivido. Así como hemos vivido, nos vamos muriendo. La única certeza que tenemos al nacer es que nos vamos a morir. Paradójicamente, de la muerte, del límite, de la enfermedad, de la palabra cáncer… no se habla. Me sorprende muchas veces que, estando en una consulta médica con alguno de los siete especialistas que me acompañan en este proceso, les cuesta mucho nombrar la palabra cáncer. Hablan de “la enfermedad» y yo les digo la enfermedad que tengo se llama «cáncer», pero siguen evitando la palabra. Si a ellos, que son profesionales de la salud y están constantemente entre la vida y la muerte, les cuesta, en el resto de los espacios cuesta aún más hablar sobre la muerte, el cáncer …

También querría preguntarte, Pepe, qué te ha suscitado a ti está imagen. 

Literalmente, me ha inspirado un grito por la vida, que no es de desesperación sino de alegría. Como cuando te reencuentras con amigos después de mucho tiempo o pasas una tarde fantástica con tu familia y amigos, y sientes esa profunda felicidad. Me llena de una gran vitalidad, y me llama mucho la atención en tu caso porque desafía la imagen típica que tenemos de una persona religiosa, que, a veces, para aquellos que quizás no creen en otra vida, aparentan una alegría impostada. En tu caso, lo que se percibe es una alegría muy terrenal, con esperanza en Dios pero arraigada en el mundo tangible.

La intención detrás de esa fotografía y la pose misma estaban cargadas de un profundo agradecimiento. Para poder sentarme de la manera en que lo hice, fue necesario el trabajo de los médicos. Tengo una prótesis de cadera debido al tumor métastasico en la cabeza del fémur, así que el simple hecho de poder estar en España, en Asturias, sentada en esa pose, era mi manera de expresarle a mis médicos un sincero agradecimiento. Quería decirles: gracias por su vocación, gracias por su arduo trabajo, gracias por haber realizado una cirugía de tal magnitud para alguien que simplemente va a estar en cuidados paliativos. Gracias a ustedes, estoy aquí, posando de esta manera. Por lo tanto, no se trata de una foto casual, sino que tiene un significado mucho más profundo.

Vaya, había mucho más detrás de la fotografía. Has escrito un precioso prólogo a las últimas voluntades, que es un canto extraordinario a la vida. En él, hablas de la vida como el arte del encuentro y lo vinculas a la decisión de Dios de encontrarse con el ser humano, con la humanidad. En el ámbito de la educación y en la formación integral de las personas, una de las claves es entender que la educación es el encuentro y el vínculo. Tú hablas de un vínculo con la vida y de un vínculo con la muerte, que parecen ser dos caras de una misma moneda. Tenemos vínculo con la vida porque tenemos vínculo con la muerte. ¿Qué ha significado para ti este pensamiento? Has hablado del arte del encuentro mucho antes de saber que estabas enferma. ¿Qué significa entonces encontrarte ahora con este vínculo con la muerte?

Cuando mi médico paliativista me preguntó quién era Dios para mí, yo le dije que el Dios en el que yo creo es un Dios que está en todas las cosas, que todas las cosas están en él y en el cáncer también. Entonces, de alguna manera, esa frase nos remite a la Contemplación para Alcanzar Amor [Ej 230-237], que encontramos en los Ejercicios Espirituales. Pero no solamente el encontrar a Dios en todas las cosas e incluso en el cáncer, me ha remitido al tema de la muerte, sino que para mí ha sido muy significativo desde que tenía 21 años, cuando era laica e hice por primera vez el mes de ejercicios.

Ignacio, en el momento de la elección, nos pone algunos ejemplos para objetivar la elección [Ej 175-188]. Y a mí me ha marcado mucho cuando Ignacio dice «…considerar como si estuviese en el artículo de la muerte …» [Ej 186]. Esa expresión fue como un hilo conductor a lo largo de mi vida, porque no he postergado “te quieros”, no he postergado “perdones”, no he postergado amar, no he postergado encontrarme, no he postergado ser libre, no he postergado viajar, no he postergado abrazar, no he postergado encuentros conmigo misma, con Dios, con los demás…

Soy una mujer de muchos vínculos, porque desde pequeñita he percibido que Dios literalmente se manifiesta a través de las personas, en todas las cosas. 

No tuve tiempo para procesar la noticia de mi enfermedad, ya que desde el primer momento, los médicos me dieron un diagnóstico terminal. No solo escribí el Prólogo de mis últimas voluntades anticipadas, sino también cómo deberían proceder cuando yo ya no tuviera conciencia (Declaración de últimas voluntades anticipadas). Y asigné a las personas que deseo que actúen en ese momento. Una persona que me quiere mucho me dijo un día: «Me parece que te preparaste toda la vida para este momento». Yo la miré y le respondí: «Sí, pero no». No me he preparado para morir a los 51 años, ni para tener un cáncer que recorre todo mi cuerpo, ni para el dolor, no desde ese punto de vista.

A lo largo de toda mi vida, he decidido cómo vivir. Lo único que pude hacer cuando me dieron el diagnóstico fue decidir cómo vivir estas tres semanas que se fueron prolongando, y que hoy ya son cinco meses.

Considero que la vida no se improvisa, y la muerte tampoco. Me atrevo a decir que me agrada hablar de la muerte, de los límites y de la enfermedad porque ella nos “ordena la vida”. Desde la espiritualidad, aunque Ignacio de Loyola hable explícitamente del tema de la muerte y de la elección desde el Principio y Fundamento [Ej 23], a quienes vivimos la espiritualidad ignaciana nos cuesta hablar de la muerte. Jesús también habló de la muerte, pero claro, Jesús resucita, Ignacio no. La misma suerte que corrió Ignacio, voy a correr yo, solo que unos 13 años antes.

A propósito de esta preparación que mencionas, en educación hemos echado en falta hablar de la muerte. Mi experiencia es que en cada curso alguien ha sufrido la pérdida de uno de los padres, un compañero o un familiar cercano. Tú tienes una frase que creo que puede enlazar con esto: «En el fondo, quizá no ser capaces de hablar de la muerte es porque podemos mostrar alguna incapacidad de amar y de pensar.» Me gusta mucho esta doble visión: la incapacidad de amar y la incapacidad de pensar. Y lo vinculo con tu afirmación: «Yo siempre he tenido un proyecto de vida. Siempre he tenido un proyecto vital.» Muchas veces he dicho que la educación es conectar con el proyecto de vida de los estudiantes. En este sentido, conectar con el proyecto de vida también es tener presente la posibilidad de la muerte como algo que, aunque no deseamos, es una realidad a la que todos estamos abocados.

Nos vamos a morir. Nosotros postergamos muchas cosas: te quieros, perdones, dietas, ejercicios, porque de alguna manera creemos que vamos a vivir mucho y por eso seguimos postergando. Por otro lado, no hablar de la muerte creo que está muy ligado al miedo, ya que la muerte es algo no tangible. Nadie se me ha aparecido para decirme «Nora, yo morí, estoy en tal lugar y este lugar es así». Creo que a ti tampoco se te ha aparecido alguien para contarte cómo es la muerte.

Recuerdo que me hice esta pregunta en un momento en que estaba sola en mi cama en el hospital, eran los primeros días y pensé: «Bueno, Nora, te vas a morir». Lo primero que hice fue un examen de conciencia y me dije: «Has hecho muchas cosas atinadas, y otras desatinadas». Me pedí perdón por las desatinadas. Pedí perdón explícitamente a las personas a las que he herido conscientemente. Lamentablemente, hay muchas personas a las que he herido inconscientemente y no les puedo pedir perdón porque no sé en qué las he herido ni quiénes son.

Volviendo al tema de postergar y el no saber, me dije: «Te vas a morir, ¿y a dónde vas a ir?» En el artículo que ha escrito Toni Simón “Tacones cercano”, yo le expresaba de cómo, a veces, la teología, o al menos la teología que yo he recibido, trata el tema de la muerte en términos de escatología, haciéndolo sonar como ciencia ficción. Por lo tanto, me quedé pensando: «Nora, si para ti el cielo no es algo físico, ¿entonces qué es?»

En estos días, mientras estoy enferma, he recibido acompañamiento de muchas personas. Me siento “contenida” por los médicos, las enfermeras, la gente que limpia mi habitación, quienes preparan mi comida, mis amistades, mis hermanas de congregación, y personas de lejos y de cerca. Siento una contención. Todo esto que vengo recibiendo es amor, y hablamos mucho sobre el amor. Por eso, en la vida, se encuentra el arte del encuentro, porque el encuentro es amor.

Entonces pensé: «Si esto es parecido a lo que estoy viviendo, ya me puedo morir». Sentí una paz muy grande al darme cuenta de que, si Dios es amor y yo ya estoy viviendo el cielo, es porque estoy recibiendo una contención amorosa de distintas personas, nacionalidades, con credos y sin credos religiosos. El miedo se me va cuando me siento contenida. Supongo que a todos les pasa lo mismo: cuando me siento desamparada es cuando empiezo a percibir el miedo. Pero cuando me siento contenida, vamos para adelante.

Leyendo tus textos y a través de nuestras conversaciones, tengo la impresión de que amas tanto la vida que has comprendido la muerte. Disfrutas de la vida en todas sus facetas: ir a un restaurante, beber un whisky, tener una buena conversación. Disfrutas tanto de todo que, cuando hablamos de la importancia de humanizar la educación, nuestras relaciones y nuestros vínculos, podemos decir que eres una persona que ha promovido la humanización de la creación. Has fomentado esos vínculos y me he preguntado, conociendo tu origen y tu historia familiar, si eso tiene algo que ver.

Eres Nieta e hija de inmigrantes que huyeron de la guerra. Según cuentas, tus abuelos y padres apostaron por integrarse en Argentina, no olvidando sus raíces, pero sí integrándose profundamente a través del idioma y la cultura. Esto es una apuesta por la vida, huyendo de la tragedia y de otro tipo de muerte. ¿Cómo crees que eso te ha impactado en tu comprensión del mundo y en la humanización que has generado y difundido a tu alrededor, especialmente al enfrentarte a la muerte?

En primer lugar, crecí en un pueblo del Chaco llamado Juan José Castelli, la capital del Impenetrable. Estoy sumamente agradecida por haber crecido allí, donde hay un crisol de razas. No solo acogí la cultura argentina, sino también las diferencias culturales, ya que, entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, llegaron muchos inmigrantes a Argentina. Crecí escuchando hablar en alemán, toba, mataco, criollo (la mezcla de aborigen con español), italiano, ucraniano y polaco.

Además, cuando fundaron el pueblo, llegó una colectividad muy grande de alemanes del Volga, y la comunidad se dividió entre luteranos y católicos. Esto generó un marcado ecumenismo que, para mí, siempre fue natural. Desde muy pequeña, me resultó normal que existieran diferentes maneras de relacionarnos con Dios.

Durante toda mi vida pero de manera especial en este tiempo de enfermedad, he tenido una intuición muy fuerte de familiaridad y afinidad con el mundo judío. Siempre me han gustado las diferentes espiritualidades. Este entorno diverso y la riqueza de las culturas y religiones con las que crecí han influido profundamente en mi comprensión del mundo y en mi capacidad para humanizar las relaciones. La variedad de lenguas, creencias y tradiciones me enseñó a valorar la diversidad y a encontrar el amor y la humanidad en todas las personas, independientemente de sus orígenes o creencias.

Esta experiencia de vida me ha permitido enfrentar la muerte con una visión amplia y comprensiva, aceptando que hay muchas formas de entender y vivir la espiritualidad. Al humanizar mis relaciones y fomentar los vínculos, he encontrado una red de apoyo y amor que me ha dado paz y fortaleza en este momento difícil. La riqueza de mi entorno cultural y espiritual me ha enseñado que, aunque la muerte es una certeza, también lo es la capacidad de amar y conectar con los demás, eso es vida.

Permíteme conectar esto con algo que he observado muchas veces: en las escuelas, al atender a personas que vienen de tantos lugares diferentes, de distintos países, con variadas lenguas y culturas, no deberíamos intentar forzarlas a encajar en un currículum oficial. En su lugar, deberíamos abrir esas mochilas de sus orígenes, como tú has hecho a lo largo de tu vida, para amar lo que tenemos, a los que nos rodean y las posibilidades que nos brinda la diversidad. Desde que te conocí, te he visto como la persona más ignaciana que he conocido en cualquier sector o en cualquier colectivo y mira que conozco muchísimos colectivos jesuitas e ignacianos. Siempre me pareciste una persona con una gran profundidad. Me atrajo la vinculación que haces entre los ejercicios y la pedagogía ignaciana, expresado en el acompañamiento personal, imbuido de espíritu de libertad, y con el propósito no de hacer que la otra persona haga lo que tú quieras sino que, en definitiva, tome su propio camino.

Has escrito mucho sobre la conciencia y el proceso vital de percibir y habitar la realidad que nos rodea. Has mencionado que la conciencia tiene un sentido cognitivo y que se puede aprender a ser consciente. A veces creemos que ser consciente depende de la cultura o de factores externos, pero tú nos enseñas que es un proceso emocional, cognitivo, amoroso y espiritual. Este proceso nos ayuda a entender mejor nuestro origen y, en tu caso, incluso a comprender biológicamente la enfermedad que enfrentas.

Sí. Creo que reitero una y otra vez que el primero que habla de la conciencia es un gran pedagogo. Lo que pasa es que hace 500 años la palabra conciencia no se usaba, pero el primero que nos enseña a ser personas conscientes es precisamente Ignacio de Loyola. Para mí, debería ser nombrado “padre de los psicólogos”, porque aunque luego venga Freud y nombre la palabra conciencia unos años después, Ignacio de Loyola ya nos había mostrado ese camino.

Ahora, nuevamente se está utilizando mucho el tema de tomar conciencia de nuestro aquí y nuestro ahora, el preguntarnos «¿Quién soy y a dónde voy?» Creo que en estos últimos tiempos algo de eso se está recuperando a través de distintas corrientes, no solo desde la pedagogía, sino también desde la espiritualidad.

Hoy tengo el privilegio de saber que tengo una bomba en mi cuerpo. Sinceramente, no sé cuánto tiempo voy a vivir. Al principio eran tres semanas, luego parecía que llegaría a marzo, ahora estamos en mayo. No sé hasta dónde la bomba interna seguirá haciendo tic tac, tic tac. Sinceramente, no lo sé. Entonces, lo que más me ayuda es ser consciente de que cada instante es muy valioso para mí. Antes tal vez perdía más tiempo, ahora intento vivir de manera más consciente. Creo que la vida se juega desde ese lado.

¿Qué consejo darías a adolescentes, o incluso a una mujer de tu misma edad que se enfrenta a una situación de muerte, propia o de alguien cercano? ¿Qué les dirías ahora que quizás no hubieras dicho antes, pero que les dirías en este momento?

Creo que hay mucho que decir sobre el propio proceso, tanto al acompañar a otros en el buen vivir como al acompañarlos en el buen morir. En ese sentido, el tema del descubrimiento es fundamental. ¿Cuál es nuestra pasión en la vida? ¿Qué nos mueve internamente? A menudo, nos encontramos atrapados por corrientes externas, y a veces, incluso las mujeres de 50 años no han podido vivir su propia vida. Es entonces cuando algunas mujeres a esa edad despiertan y deciden finalmente vivir su propia vida.

Para poner otro ejemplo, tengo un sobrino de 11 años cuya pasión es el fútbol, y está decidido a jugar en Primera División. Me sorprende su determinación; en una conversación, le pregunté cuál era su plan B y me respondió: «Cuando el plan A no funcione, pensaré en el plan B». Eso es una de las cosas que me gusta de él. Una pasión y un deseo pueden llevar a una determinación, pero a veces, las circunstancias, tanto internas como externas, impiden que se concreten. Es importante tener la flexibilidad suficiente para adaptarnos y encontrar nuevos caminos, que pueden resultar incluso mejores que los originales.

Entonces, volviendo a tu pregunta, hoy por la tarde estaba hablando con alguien que está en tratamiento contra el cáncer. Si está en tratamiento, tiene la oportunidad de prolongar su vida. Durante nuestra conversación, reflexionamos sobre cómo muchas veces no elegimos las circunstancias que enfrentamos. Tanto tú como quienes nos escuchan, ¿cuántas cosas no han elegido? No han elegido el país en el que viven, la familia en la que nacieron, la escuela a la que fueron enviados, o el trabajo que les tocó. Personalmente, me considero afortunada por haber podido elegir muchas de estas cosas, pero hay quienes no tienen esa misma suerte. El punto es cómo afrontar aquello que no hemos elegido, cómo decidimos vivirlo.

Es mi decisión, así que salgo de la cadena del victimismo. Hay muchas maneras de enfrentar una enfermedad, un trabajo que no nos gusta, un jefe con el que no nos llevamos bien, hijos adolescentes, etc. Para mí, el tema de la elección implica libertad. Entonces, ¿cómo podemos seguir fomentando esto desde la espiritualidad ignaciana? Tenemos este tesoro de 500 años que son los Ejercicios Espirituales, que aún tienen mucho para ofrecernos. No solo los Ejercicios Espirituales, sino que podemos buscar en las otras fuentes ignacianas que son una cantera de claves para el bien vivir y el bien morir. Si experimentamos los Ejercicios Espirituales, encontraremos una herramienta crucial: la libertad interior. Ignacio nos enseña a sistematizar el discernimiento, que es clave para enfrentar los dilemas de la vida, ya sea una enfermedad, la pérdida temprana de un ser querido, entre otros.

Design Thinking de Ana Mangas (@anasalamanca99).

Publicado por Pepe Menéndez

Soy Pepe Menéndez. Comunicador y consultor en procesos de transformación profunda de la educación. He formado parte del equipo directivo de Jesuïtes Educació, que imaginó, diseñó y desarrolló el proyecto de transformación educativa "Horitzó 2020". Nací en Barcelona el 21 de agosto de 1956. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (1982). Trabajo en educación desde 1981. He enseñado en todas las etapas educativas de la Secundaria y de la Formación Profesional. Convencido que el liderazgo para el aprendizaje y la transformación social puede dar mejores oportunidades a alumn@s y profesor@s.

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