Visual thinking de @Anasalamanca99
MORENO BERNARDI
Coreógrafo y director italiano. Diplomado en «La Scuola di Teatro Alessandra Galante Garrone» y especializado en biomecánica teatral y técnicas de la máscara. También tiene estudios de danza y música. Artista free-lance, experto reconocido en técnica y composición. Acompaña las actividades artísticas y de investigación con la enseñanza, ofreciendo cursos y laboratorios en Italia, Francia y España. Su técnica y pensamiento son objeto de estudio en universidades europeas y centros de formación. Dirige «Lo Spazio”, centro de investigación y prácticas contemporáneas, que cuenta con el apoyo de la Nando and Elsa Peretti Foundation. Es un ponente habitual de eventos académicos en entornos europeos. Desde 1994 ha recibido diversosreconocimientos y su pensamiento y metodología son objetos de estudio para centros universitarios y de grado superior en París, Barcelona, Rotterdam, y Venecia, entre otros. Ha sido experto en danza para el MIUR en Italia (Ministerio de la Educación, la Universidad y la Investigación) en ocasión del ‘plan Lisboa’, profesor de ‘lenguaje musical’ para la Universidad de Barcelona para el master, y ponente en los Encuentros de Arles para los estudios superiores de danza.
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(Los párrafos en negrita corresponden a Pepe Menéndez y los párrafos sin destacar, a Moreno Bernardi)
Yo antes pensaba que había que darlo todo en la enseñanza, o sea dar todo lo que yo sé en todo momento. Y ahora pienso que hay que dar todo lo que la otra persona es capaz de percibir, o sea todo lo que la otra persona pueda recibir de lo que yo le pueda regalar. Quizás por mi formación, mi edad y mi cultura, pensaba que la otra persona, prefiero llamarlo joven mejor que alumno, debía estar a la altura de su profesor, en este caso de mí. Pero ahora pienso que soy yo quien debe acercarse a la otra persona, respetando sus tiempos. Y que debo ser yo quien muestre paciencia y haga el esfuerzo de ponerse a su altura.
Cuando he visto cómo inicias tus sesiones de aprendizaje, me ha llamado mucho la atención la manera en qué las planteas, y cómo pretendes acercarte a los estudiantes para despertar su interés y que se pongan en predisposición de aprender.
Mi campo de actividad es la representación artística. Creo que es importante comenzar con una breve presentación personal, por una cuestión de educación. Como la mayoría de los jóvenes que vienen a mis clases ya saben quién soy yo porque han buscado información en internet o han preguntado a otras personas, lo que pretendo es que vean de mí lo que no han encontrado en las redes o en otros medios. Lo hago para que tengan otra perspectiva y también para que entiendan que el encuentro al que se van a enfrentar es fundamentalmente humano. Que también sea formativo es circunstancial. Lo más relevante es que se trata de un encuentro personal. Suelo utilizar la autoironía porque es algo que no encontraran en mi obra. Y siempre empiezo por preguntas para provocar que ellos me las hagan a mí a su vez. Por formación, soy muy socrático. Y me sirve para saber qué se están preguntando, por qué están ahí y qué están buscando. Nunca he tenido problemas en decir que no sé a algunas de sus preguntas. Para mí, es una oportunidad de situarme en el aquí y ahora de su realidad. Y, además, me sirve para evitar dar las mismas respuestas a todo el mundo.
También me parece una manera de hacer evidente que el contenido no es el centro del proceso de aprendizaje, sino la relación humana que se establece entre docente y estudiantes. Es otra manera de llegar al conocimiento, a través del vínculo humano. Lo veo como una propuesta radical de personalización.
Siempre he cuestionado el contenido, como artista que soy. Forma y contenido son sinónimos. Cuando no hay una relación estrecha entre los dos, el contenido tiene un problema. La forma nunca, porque es la que es, y la podemos modificar. El contenido casi siempre es ambiguo porque lo imaginamos desarrollándolo en una mesa, en una situación ideal, con un alumno y un profesor también ideales, y en circunstancias que nunca son reales. Por definición, somos seres humanos en movimiento continuo e imperfectos. Así que, si me lo planteo como un ideal, siempre fracasaré. Un contenido escrito en un plan docente no representa ninguna forma humana, porque no cambia ni presenta la imperfección que somos. Soy yo, como docente, el adulto, y quien debe dominar diversas metodologías para acercarme al aprendiz. En la formación artística no debo estar permanentemente recordando cuál es el contenido y el objetivo que debe alcanzarse porque es como estar todo el tiempo diciendo que la cosa no va bien. Soy yo quien los debe tener claros. Para mí, es enfatizar el presente del proceso de aprendizaje, sin que sea necesario que se visibilice toda la perspectiva que tengo en mi mente.
Me gusta compararlo con la manera en que aprendemos a caminar en la infancia. Lo hacemos al lado de adultos que nos acompañan, pero no nos dan clases teóricas de cómo hacerlo. Los adultos acomodamos nuestro ritmo al suyo para que sigan practicando y aprendiendo. Y lo hacen jugando y divirtiéndose.
Con los contenidos que se dan en la escuela y en la universidad debería ocurrir lo mismo. Nunca he tenido problemas de disciplina porque queda muy claro que yo también me estoy divirtiendo, y que estoy feliz estando con ellos. El éxito se basa en la calidad del encuentro personal. Cuando comencé, tenía terror a volverme antipático, inútil y arrogante. A veces creo que nos equivocamos con el sentido de los objetivos. Creemos que, si hay un objetivo claro, todos saben lo que deben hacer. Y no es así. Si tengo un cartel permanente delante de mí que me recuerda dónde estoy respecto al objetivo, me deprimiría cada dos por tres. Situarte desde la faceta humana imperfecta es recordar a los estudiantes que el error es la fuente de aprendizaje.
Si hacemos un paralelismo entre la manera en que un director artístico plantea su tarea con la de un profesor en un aula, podemos ver las consecuencias tanto de una dirección que parte de la idea de conseguir que los artistas hagan exactamente lo que pretende, casi como autómatas, como la de un profesor que persigue que sus alumnos, independientemente de sus saberes previos y de su contexto, aprendan y repitan lo mismo que había explicado, sin importarle las características del grupo de alumnos que tiene delante.
Tengo que reconocer que como director teatral no me planteo tener claros los objetivos, sino que trabajo desde la conciencia del momento en el que se encuentra el aprendizaje, y la razón por la que he creado ese grupo de aprendices. Amo navegar en la incertidumbre. Quizás haya que contextualizar estas palabras en el mundo del arte. Soy una persona creativa y muy curiosa, que desea aprender permanentemente y hacerse preguntas.
Cuando era más joven, daba la impresión de ser una persona muy segura. Me di cuenta de que eso aumentaba el mito de mi persona, pero no subía la autoestima de los que estaban conmigo. Y que solo subía su estima propia cuando estaban conmigo. Esto me hizo ver que uno es un maestro de verdad, precisamente cuando no está presente. Porque cuando estás presente, siempre puedas reconducir la situación. Reconocemos a nuestros buenos maestros años después de haberlos tenido. Este descubrimiento me hizo relajarme y darme cuenta de que el valor y la estima a un maestro se dan en el descubrimiento personal que cada uno de nosotros hacemos sobre nuestra capacidad de aprender, más allá de la presencia constante del maestro a nuestro lado. Cuando te empeñas en demostrar permanentemente la imagen que crees que debes mostrar ante tus alumnos, estás dificultando su progreso personal.
Observo que hay muchos docentes preocupados por los cambios en las leyes educativas, y muy poco en actualizar las metodologías que usan para conseguir que los alumnos aprendan. Nos adaptamos a las distintas leyes educativas con las mismas formas metodológicas, sin pensar en la creación del clima que permita la experiencia del aprendizaje en cada aula. De esta manera, siempre seremos víctimas de los teóricos que escriban las leyes educativas en unos despachos. Creo que siempre podemos cambiar forma y contenido. La aceptación pasiva de la enseñanza nos condena a la irrelevancia.
Las personas somos muy diferentes y diversas. Más allá de la distinción entre clases sociales, hay otros elementos que nos influyen, como la familia a la que pertenecemos, si somos hijos únicos o el lugar que ocupamos en el número de hermanos, la manera y carácter de nuestros padres… son tantos los detalles que condicionan la inseguridad con la que los estudiantes se presentan, que no te queda más alternativa que mostrar que se pueden romper moldes y recomponer nuestras vidas a través del cuestionamiento de nuestro ego. Por todo esto, necesitamos darnos cuenta de la perspectiva desde la que nos miran nuestros alumnos. Normalmente, tenemos estudiantes que tienen la misma edad, mientras nosotros vamos cumpliendo años. No se trata de que nos comportemos como ellos para empatizar, sino de ser conscientes de que nos ven como adultos.
Desde la perspectiva que planteas, ¿cómo crees que aprendemos las personas? ¿qué nos ayuda a hacerlo y qué nos lo dificulta?
Nos ayudan la ausencia de prejuicios y la confianza. Debemos aceptar cómo nos miran, aunque a veces sea una mirada que consideramos errónea. No debemos juzgar su lenguaje, ni su contexto, ni su desafortunado mensaje porque no sabe cómo hacerlo de otra manera. Por naturaleza, puede ser diferente al día siguiente. Debo tener confianza. Si me mantengo en esta incertidumbre continua, aprendo como persona lo básico de nuestra naturaleza, que es aceptar la duda y la imperfección. De lo contrario, siempre tenemos tendencia a manifestar lo que quiero que los demás vean de mí. Y, así, la tendencia es a construir filtros y muros ante los demás, que se van haciendo cada vez más grandes, e impiden la comunicación.
Creo que la sociedad y la escuela estamos mostrando una obsesión y ansiedad continua por producir resultados, éxitos, pensamientos inteligentes, utilidad… y menospreciamos la propia experimentación como medio de aprendizaje y de explorar el futuro. Desgraciadamente, lo estamos viendo en jóvenes de quince años. Es algo inaceptable que asuman problemas que no son propios de su edad. Es como si hubiéramos creado personas imaginarias que no deben decepcionarnos, respecto a la idea que nos hemos hecho de cómo debe ser su futuro y cuáles deben ser sus ideales. Es el fracaso más profundo de la inteligencia humana.
Estas ideas están más difundidas en el mundo del arte de lo que creemos. Normalmente, está muy arraigada la creencia de que el mundo del arte es diverso, creativo y libre. Pero, también hemos homologado la manera de ser libre, de ser artista, de expresarse o de crear lenguajes. Hay un miedo continuo a aceptar que no sabemos. Venimos de una pandemia que nunca hubiéramos imaginado y tampoco sabemos cuál será la próxima. No estoy seguro de que hayamos aprendido de ella.
Esto me recuerda la tentación permanente de plantear el aprendizaje con un perfil de alumnos ideales, que resulta fatal para acercarse precisamente al alumno real, ante el que necesitamos crear contextos que predispongan a abrir su mente y su curiosidad ante un texto, un problema, el reto de una danza o de una representación, y que hagan emerger sus potencialidades.
Mi clave es trabajar con ellos, desde mi faceta de profesor y artista activos. Utilizo algunos métodos muy antiguos, como la imitación y la repetición. Lo hago con la convicción de que invitando a la imitación o a la repetición estás ayudando al otro a salir de sí mismo y a descubrir aspectos que desconocía. En realidad, estás entrando en un diálogo contigo mismo, en el que el otro es una provocación para que tú salgas de tus hábitos y clichés, y te pongas en la piel y el pensamiento del otro. Creo que cualquier alumno que descubre así nuevas facetas personales es porque ya las tenía dentro. No hacemos magia ni somos tan extraordinarios, sino que facilitamos que emerjan esos descubrimientos.
Repetimos hasta que transformamos. Hoy en día no repetimos nada porque estamos excesivamente obsesionados por la originalidad y por ser particularmente interesantes., sin tener en cuenta que lo original es inevitable porque está en las propias relaciones personales.
Hay que ser cuidadoso en el proceso de aprendizaje con no caer en la corrección permanente del aprendiz. Hay que tener paciencia y esperar a ver lo que va sucediendo, sin caer en el análisis detallado y continuo. Nadie aprende con esta obsesión permanente por corregir. Hay que evitar que la valoración de lo que aprenden se vincule permanentemente a los juicios del profesor.
La preparación de un director de teatro para desarrollar su labor tiene similitudes con la preparación de un profesor ante el aula.
Estoy convencido de que un profesor, al igual que un director artístico, debe ser culto. Es imperdonable que no lo seamos con todos los recursos que tenemos a nuestra disposición. El profesor se presenta claramente a un proceso creativo ante los retos del aula y del uso de diferentes metodologías. Cuando enseñas, mira realmente lo que dominas y te hace sentir bien humanamente. No lo vas a encontrar en un plan docente. Lo vas a encontrar dentro de ti mismo. Si tu mejor talento es la risa, practícala, aunque sea enseñando matemáticas. Si es el timbre de tu voz, úsalo, aunque no seas profesor de literatura. Encuentra tus talentos para explotarlos como docente. Es algo que se puede trabajar.
He tenido experiencias con docente en encargos que me han hecho en la universidad en Italia con profesorado de bachillerato, y en la universidad de Barcelona y en escuelas de primaria, a través de módulos relacionados con la música. Mi planteamiento ha sido partir de la concepción de que las personas somos música, como también somos literatura o matemáticas. No se trata de enseñar algo externo a nuestra condición humana, ni una aplicación externa a nuestros cerebros. Somos lo que enseñamos. Mi trabajo consistió en que descubrieran cuánto musicales son interiormente, y demostrar que se puede enseñar matemáticas sin contar; o literatura, dibujando; o dibujo, observando. Son creencias que no vamos a encontrar en los planes de estudio. Lo que pretendo es que se relajen y que entiendan que lo que ellos enseñan es una pequeñísima parte de la vida del alumno. Los estudiantes aprenden muchas cosas a través de muchas personas y de muchas otras experiencias. Si aprendo a relativizar lo que enseño, encuentro más fácilmente una metodología creativa. Por el contrario, si creo que lo mío es fundamental e inamovible, nunca llegaré a una persona joven, y lo único que provocaré es el miedo a no estar a la altura del encuentro contigo, como docente.
También creo que, como profesor, tengo la obligación de conocer la música que escuchan, los lenguajes que utilizan y los paradigmas con los que valoran las cosas. Antes de enseñar otro tipo de paradigma, tengo que conocer el suyo. Quizás así descubro que estamos más cerca de lo que creíamos. Pero, todo esto necesita tiempo y humildad.
Si estamos convencidos de que la etapa entre 3-18 años, especialmente, es una etapa formativa, tengo la sensación de que deberíamos tener más en cuenta la experiencia artística como un instrumento clave de la formación integral de la persona en todas sus dimensiones.
Es complicado porque no todos los profesores aman enseñar. Si te encuentras con un docente vocacional, descubrirás una persona que ama dar forma a nuevas metodologías. En la escuela de primaria que tuve la experiencia de formación que te contaba, descubrí unos meses más tarde que los objetos de las paredes no solo eran cuadros, sino eran objetos que sonaban y se movían. Promovieron aprendizajes muy abiertos en los que se mezclaban lenguajes y perspectivas diferentes.
Es muy difícil pensar creativamente si las aulas son edificios rígidos, concebidos para estar sentados o escuchar pasivamente. No nos puede sorprender que las pantallas nos hayan ganado la batalla de la atención. Y más cuando, a menudo, al volver a casa, tienen unos deberes muy parecidos a las tareas repetitivas y unidimensionales que les hemos propuesto en la escuela. ¿Por qué un profesor de filosofía no puede entrar y compartir enseñanza con otra de matemáticas? Parece que estamos condicionados por la inseguridad de no ser perfectos y de mostrar que no lo sabemos todo. Es una paradoja porque es una forma de mostrar que los profesores no habitamos la escuela como el lugar de diálogo del conocimiento y de las relaciones humanas, sino que nos mostramos alejados de ella.
Hay que volver a la educación del amor. Hemos dejado de amar el planeta, nuestras vidas y las dificultades. Hemos dejado de amarnos como somos. No vemos en el diverso, la posibilidad de descubrir que somos interiormente diversos. Huimos del riesgo. Pedimos a los jóvenes de dieciocho años que piensen en su futuro cuando nosotros no lo hacemos. Y nos lo están preguntando adolescentes de quince años. ¿Nos estamos enamorando de estos adolescentes que nos preguntan sobre el cambio climático y por qué lo hemos hecho tan mal? Si no hacemos autoanálisis y no admitimos que lo hemos hecho mal, no seremos capaces de regalar el amor que necesitamos.