VÍCTOR MURILLO
Licenciado en Filosofía y Letras (Universidad la Salle), especialista en Planeación Educativa (Universidad Javeriana) y Magíster en Educación, con énfasis en educación comunitaria (Universidad Pedagógica Nacional). Se define como un educador por vocación, por profesión y por hobby. Tiene una trayectoria de casi cuarenta años en Fe y Alegría. Ha sido maestro, coordinador académico o pedagógico y rector en sus centros, director de la Regional Bogotá-Tolima, subdirector Nacional y actualmente es el Director Nacional de Fe y Alegría de Colombia. Durante 13 años desempeñó el cargo de Coordinador Internacional del Programa de Calidad de la Educación Popular en la Federación Internacional de Fe y Alegría.
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(Los párrafos en negrita corresponden a Pepe Menéndez y los párrafos sin destacar, a Víctor Murillo)
Yo antes creía en presencias y obras educativas propias que permanecían en el tiempo indefinidamente, en las que el foco se ponía sobre lo propio. Ahora, después de años caminando en esa línea, creo más en proyectos flexibles, pertinentes y significativos, que te preparen para dejarlos cuando sea necesario y que se desarrollan en alianzas. En este caso, el foco no es lo propio sino aquello que beneficia a todos, o sea la educación pública, por ser el espacio donde se juega la suerte de los sectores populares. Antes, buscaba la seguridad con los dos pies bien asentados en la tierra. Hoy, podemos tener un pie asentado, pero el otro debe estar en permanente búsqueda hacia dónde debemos caminar. Antes, creía en la tarea educativa caracterizada por verbos que indican acciones lineales: aprender, crear, pensar, escribir, ordenar… En los últimos cinco años, conjugo los verbos en espiral y con prefijos, que terminan cambiando el significado de las acciones. Principalmente, con dos prefijos: des-, que te lleva a fijarte en los opuestos, como desaprender, desordenar, desandar, deshacer, desatar…; y el prefijo re-, que te conduce a volverte hacia atrás, como reaprender, repensar, reordenar, reescribir… Se me rompieron la línea recta y las presencias permanentes.
Leyendo los documentos de Fe y Alegría (FyA) se percibe una tensión entre su concepción como movimiento y la necesidad de dotarse de una organización que le permita cumplir sus funciones. En 2014, impulsáis una reflexión con la metáfora de “la nueva partitura”, y os interpeláis sobre la manera en que FyA puede cumplir su misión como movimiento, y cómo disponer de una organización que lo facilite. ¿Cuál es el significado profundo que hay detrás de que FyA se defina como movimiento?
Ser movimiento implica estar siempre haciéndose preguntas y en disposición permanente de cambio, y de búsqueda de nuevas respuestas a las situaciones que se presenten. Es todo lo contrario a considerarse una institución estable y fija. Es estar siempre con un pie levantando, mirando hacia dónde dirijo mis pasos; volver a tocar tierra, y liberar el otro pie para que pueda movilizarse. Es estarse siempre haciendo preguntas para desestabilizarse. Esto es lo que nos garantiza ser movimiento.
FyA siempre ha apostado por la educación pública. Y, desde esa convicción, se presenta como un agente de gestión privada. ¿Cómo ha vivido FyA esta sinergia entre lo público y lo privado, gestionando de manera combinada escuelas estatales y otras, de instituciones religiosas?
Es una tensión en la que nos tenemos que mover, asumiendo que nunca se va a resolver, pero que no es grave para nosotros, porque, en el fondo, lo que buscamos es la calidad de la educación al servicio de los sectores populares. Lo único que pedimos es que nos dejen poner en juego las buenas prácticas que vamos construyendo y que explicitamos en nuestras propuestas. En el caso de Colombia, ,cuando asumimos la dirección y gestión de centros educativos o el acompañamiento a instituciones públicas, el estado avala nuestras propuestas y buenas prácticas que ponemos al servicio de los sectores populares y en diálogo con ellos.
El dilema se presenta cuando pensamos en dónde están los límites de la explicitación de tu razón de ser más profunda, en la medida que eres educación pública. Y también dónde prima el servicio que damos, independientemente de esa explicitación. El ejemplo más claro es en la propia identidad confesional. FyA como institución es confesional, pero los centros de FyA, aunque mantienen sus raíces y su espiritualidad, no lo pueden ser en un cien por cien por el modo en que están financiados. Movernos en esta tensión nos hace crecer, porque, por un lado, no renunciamos a nuestra esencia, ni nos la limitan, pero priorizamos claramente el ser educación pública.
FyA se define como educación popular. ¿Qué es la educación popular en la tradición educativa latinoamericana y en qué medida FyA es una expresión de ella? ¿Es un garante de que la educación pública sea verdaderamente una educación popular?
La educación popular es una teoría y una práctica educativa que nace en América Latina. Su principal referencia es Paulo Freire. Nace en contextos de educación no formal y de adultos. No se llama popular porque trabaje con los pobres. Tiene una fundamentación ética, política, pedagógica y yo diría que hasta espiritual, dirigida hacia la transformación social, que es el horizonte de la educación popular. Por eso, es una educación que parte de la realidad para que sea “leída” en la escuela, y así transformarla. Sus bases pedagógicas son “el diálogo de saberes” y la “negociación cultural”. La escuela es el espacio del cruce de saberes que deben dialogar. Es una educación que busca el empoderamiento de los sujetos y de las comunidades dirigidas a producir vida con sentido.
Cuando FyA nace, era la condición de posibilidad de que la educación del estado llegara a muchos lugares. Hoy en día, y cumpliendo con sus obligaciones constitucionales, el estado llega por él mismo a una amplia cobertura educativa. Esto ha provocado un cambio en las prioridades de FyA. Creemos que el papel de la cobertura es una tarea del estado y que, en cambio, la función de FyA es luchar por la calidad y por los aprendizajes, y por las metodologías que se utilicen para garantizar aquéllos. Por más que el estado llegue a todos los territorios, este espacio de FyA sigue siendo muy necesario para evitar caer en una “pobre educación para el pobre”, luchando por la calidad y también por una financiación suficiente que la garantice.
Hace unos años, FyA fue un referente en los procesos de calidad, cuestión que trajo una fuerte controversia interna. ¿Qué balance haces ahora de aquella implementación a la luz del propio concepto de calidad educativa?
Cuando vivimos las primeras, y fuertes, discusiones sobre el propio concepto de calidad, nos decidimos a debatirlo profundamente. En la disyuntiva entre estándares únicos y también los que persiguen derechos individuales, optamos por una definición centrada en la formación integral de la persona, que los preparara para trabajar por la transformación social de las comunidades en las que viven nuestros alumnos y para que estos se conviertan en agentes de cambio de sus propias vidas y de sus entornos. Aceptamos las tensiones en las que nos íbamos a mover y ajustamos los criterios en los que nos jugábamos la calidad para reformularlos bajo el prisma de la educación popular.
Pusimos el foco en la perspectiva pedagógica, cosa que vimos que no hicieron muchas otras organizaciones, que se centraron más en aspectos organizativos. Nos centramos en los procesos de gestión democrática y participativa, de enseñanza y aprendizaje, de convivencia y ciudadanía, y de relación con la comunidad. Para nosotros, fue útil para organizar la vida de los centros con el sentido misional propio desde el sistema de calidad construido. Y conseguimos que el ministerio de educación, en Colombia, validara nuestro sistema de calidad para poder certificar centros educativos. Hoy mantenemos la apuesta de calidad al estilo de Fe y Alegría, que consideramos un gran logro del Movimiento.
Creo que interpreto bien cuando afirmo que la evolución natural de esta idea de calidad se transforma posteriormente en la formulación de la innovación educativa para la transformación social, cuyos objetivos son “la construcción de paz y ciudadanía, el enfoque de capacidades, la mejora de la calidad de la educación pública, y el cuidado y la defensa de la vida digna” que “marcan el horizonte y el sentido” de lo que denomináis la “Nueva Partitura”. Cuando conocí vuestras escuelas de manera presencial en 2016, me llamó poderosamente la atención vuestra creencia profunda en que la innovación educativa era la condición de posibilidad para construir una calidad educativa, en su sentido más profundo, y arraigada en la evolución de la educación latinoamericana.
Interpretas bien. El sistema de calidad nos exigió la propuesta de innovación. Nosotros nos metimos de lleno en el proceso de innovación porque veíamos una escuela “muy distraída”, y nos preguntábamos si no había fracasado. Nos hacíamos preguntas que partían de algunas convicciones: no aceptamos una escuela pobre para el pobre, la calidad no es solo una cuestión de resultados, o la calidad es una cuestión de equidad y de justicia porque la baja calidad perpetúa la pobreza. Los procesos de calidad no pueden limitarse a satisfacer unos estándares o la satisfacción de los usuarios. Para nosotros, la calidad es un compromiso social, que tiene que ver con derechos colectivos, como la equidad, la justicia o la inclusión.
El P. José María Velaz, jesuita, fundador de Fe y Alegría, afirmaba que la justicia radical, la que va a la raíz, es la justicia educativa, sin la cual nunca se iba a alcanzar la justicia social y estructural. En un contexto en el que la injusticia y la inequidad están por encima del nivel de otros territorios, la justicia educativa se configura como el compromiso por la excelencia. Si queremos alcanzar bienes básicos como la igualdad y la dignidad, es fundamental la justicia educativa. Nosotros no aceptamos estas realidades, y en esa voluntad se entronca todo lo que debemos hacer.
…Y entonces llegó la pandemia. Y puso en mayor estado de emergencia todas estas necesidades. Vosotros reaccionasteis muy rápidamente y tomasteis decisiones con tres prioridades: la preocupación por personas, los aprendizajes y la tesorería. ¿Qué va a quedar de los aprendizajes vividos en este tiempo?
No sé si me atrevo a decir qué va a quedar, pero sí que tengo un deseo: no quisiera que deseáramos volver a la normalidad anterior. Porque ésta no funcionaba.
Debería quedarnos la idea de que el centro es la persona. La pandemia nos está mostrando vulnerabilidades, y la nuestra a nivel personal. Debería quedar el foco en el cuidado de las personas por encima de todo. Por eso, resaltaba al principio de esta conversación, la importancia de desaprender y echar mano del “olvido intencional”. Hay prácticas que deberíamos borrar de manera radical de nuestras escuelas para poner el foco en aquellos aprendizajes que ayuden a las personas a que puedan construir, para ellos y para los demás, las condiciones que garanticen una vida digna. También creo que debería quedarse la convicción de que “solos no podemos”, y que solo alcanzaremos nuestros objetivos trabajando en alianza y, especialmente, en redes. Por ejemplo, en FyA llevábamos mucho tiempo sin conseguir una verdadera integración de la Pastoral y la Pedagogía. Pero la pandemia lo hizo casi por sí sola, porque, cuando pusimos en el centro el cuidado de la persona, confluyeron y se armaron redes interdisciplinarias. Cuando tocó buscar respuestas ágiles a las situaciones que nos encontramos y a las demandas del estado, las redes fueron la salvación. Ante los enormes retos de la pandemia, este trabajo en red empoderó a las personas e hizo que crecieran su sentimiento de identidad.
En este sentido, me parece que el concepto de bienestar se está consolidando en el mundo como una de las finalidades de la escuela. Es un concepto integral que engloba aspectos emocionales de la persona, relacionales y de salud, e incluso también referidos a la sostenibilidad del planeta.
En América Latina hay toda una teoría del bienestar y del “bien vivir” desde filosofías ancestrales, que deberíamos recuperar y consolidar. El propio Papa Francisco nos habla de escuchar “los gritos de la tierra y los gritos de los pobres” para fundamentar y asegurar las condiciones de la vida digna. Cuando hablamos del cuidado, y en la medida que seamos capaces de relacionarnos de maneras sostenibles y gratificantes, con la Tierra, con los otros o conmigo mismo, vamos a alcanzar niveles de bienestar y de ese “buen vivir” al que me refería antes. Creo que debería ser uno de nuestros fundamentos. No soy un especialista en ética, pero creo que está muy relacionada con esa filosofía del “bien vivir”.
Este año se está celebrando el Congreso Internacional de Fe y Alegría. Es un tiempo excepcional, en el que la necesidad de aprender, desaprender y reaprender, que comentabas, se relaciona con otras demandas como la de atender a la incertidumbre permanente o estar en disposición de revisar los retos ante los cambios vertiginosos que vivimos, sin caer en la desorientación. ¿Cuáles son los tres retos fundamentales a los que debe atender los debates de este congreso?
El primer reto es atrevernos a ir a las nuevas fronteras. Ubicar cuáles son, discernir dónde Dios está actuando hoy y nos llama a trabajar. Pero atreviéndonos también a preguntarnos si esta demanda, nos pide levantar el pie de otros territorios en los que estamos ahora. La pandemia está moviendo las fronteras para los próximos cinco años, al menos. Agrandó la población excluida, los territorios de frontera, y las demandas a la pedagogía. Todo esto, nos está exigiendo respuestas concretas.
El segundo reto tiene que ver con los aprendizajes. Me preocupan los esfuerzos que hacemos y los recursos que invertimos, o las capacitaciones que hacemos, no acabo de ver que repercutan de manera significativa en la mejora del derecho al aprendizaje de las personas con las que trabajamos. Toca buscar cuáles son los caminos para que los niños, niñas y jóvenes aprendan lo que necesitan para adquirir la conciencia y el estatus como ciudadanos, y terminen luchando por los bienes que necesitan para disfrutar de una vida digna. La escuela tiene que ubicar muy bien lo que quiere que suceda, y tiene que poner focos, sabiendo también a lo que debe renunciar. La escuela no es un espacio para hacer de todo. El camino es la innovación, pero debemos decidir qué tanto queremos “patasarribiar” la escuela para que sea el instrumento que necesitamos para transformar vidas y la sociedad.
El tercer reto tiene que ver con la incidencia en la acción pública. FyA no empieza y termina “donde se acaba el asfalto” (expresión fundacional del P. Velaz), sino que debe ir posicionándose como un actor de incidencia política, que influye allá donde se toman las decisiones que afectan a la suerte de los sectores populares.
Son tres retos que están articulados. Si vamos a las nuevas fronteras es para garantizar el derecho al aprendizaje y para que se den las transformaciones necesarias.
Creo que vivimos un momento en el que necesitamos de la esperanza. Citando a Pedro Casaldáliga “de esperanza en esperanza caminamos, esperanzándonos, esperanzando”. Si algo tenemos que hacer con la escuela es convertirla en un instrumento de esperanza, donde se avive la esperanza de que otro mundo es posible, de que no estamos condenados a repetir el pasado en el futuro próximo. Y la esperanza es la que tiene que alimentar nuestros sueños. La escuela debe ser un espacio constructor de esperanza.