Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Barcelona. Catedrático de Universidad en los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC. Miembro del grupo de investigación Edul@b. Director de la Cátedra UNESCO en Educación y Tecnología para el Cambio Social. Director del Programa de Doctorados Industriales del Gobierno de Catalunya. Miembro del equipo fundador de la Universitat Oberta de Catalunya. Ha sido maestro de educación primaria. Ha participado en más de 40 proyectos de investigación internacionales y ha asesorado a universidades, agencias y gobiernos en los 5 continentes. Es consultor del World Bank. Doctor en Pedagogía por la Universitat Rovira i Virgili, Postgraduado en Applications of Information Technology in Open and Distance Education por la Open University (Reino Unido) y Diploma en Strategic Use of IT in Education por Harvard University (USA).
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(Los párrafos en negrita corresponden a Pepe Menéndez y los párrafos sin destacar, a Albert Sangrà)
Yo antes pensaba que había muchas cosas que no podían llevarse a cabo ni aprenderse si no existía una gran coincidencia en el espacio y en el tiempo entre docentes y alumnos. A lo largo de los últimos veinticinco años, he observado que estaba equivocado, y que llevar a cabo acciones educativas sin coincidir en el espacio y en el tiempo es mucho más que posible. Por lo tanto, aquello que creía limitado, ya no lo es. Quizás estaba marcado por la inercia de la tradición, que nos dice que todo lo que no es presencial es de segundo nivel y de poca calidad, complementario, compensatorio, pero nada serio. No nos lo llegamos a creer hasta que lo experimentamos de verdad, y nos damos cuenta de que hay muchísimas opciones. El punto de inflexión es la aparición de internet en los años noventa, que rompe con la manera tradicional de entender la educación a distancia. En aquel modelo, no podía haber ninguna interacción directa entre profesores y alumnos, posibilidad que sí nos ofrece internet, para hacerlo de manera inmediata, al margen de donde se encuentren profesores y alumnos. Supone un antes y un después, que nos ha permitido reimaginar y replantear muchos aspectos de cómo podemos educar, al margen de las condiciones de espacio y tiempo.
Da la impresión de que la enorme influencia de la herencia de la educación certificadora alcanzó a la educación a distancia en forma de obsesión para controlar la identidad del alumno que tenemos al otro lado de la cámara. Ha predominado por encima del interés de que fuera una educación que garantizara los aprendizajes. Ahora nos encontramos que, aún no han pasado treinta años desde la creación de la UOC (la primera universidad completamente on line), y hemos vivido por necesidad un tiempo de aprendizaje remoto de emergencia en todas las escuelas del mundo. Y también estamos asistiendo a la tensión entre certificación y aprendizaje.
Tienes mucha razón. Este es uno de los elementos que incide claramente en la perspectiva que tenemos cada uno de los docentes en las posibilidades de la educación en entornos no presenciales. El concepto que tenemos de la evaluación marca de manera muy definitiva las iniciativas y maneras en que nos planteemos la educación en línea. Hasta que no resolvamos esta tensión, no avanzaremos en la convicción de que la evaluación ha de servir para aprender, mucho más allá de que sirva también para certificar. La certificación es un proceso administrativo, pero el aprendizaje es un proceso pedagógico. Tenemos una fuerte tradición administrativa y política en acercar tanto el concepto administrativo y pedagógico, que se acaban confundiendo como si fuesen lo mismo. Tenemos una comprensión equívoca de lo que significa la evaluación, muy dominante en los años 50 y 60 del siglo pasado, en los que lo que se pretendía era alcanzar la escolarización obligatoria de los alumnos para que no estuvieran en la calle. También me lo han hecho recordar algunos debates en este tiempo de pandemia sobre la necesidad de abrir las escuelas. Parecía que lo importante era abrirlas para que los padres pudieran ir a trabajar. Sucede lo mismo con la educación en línea, en la que estamos más obsesionados por saber quién es la persona que está al otro lado de la pantalla, que no en la calidad de los aprendizajes y el crecimiento de las personas. Y, en este sentido, no quiero olvidarme de romper otra distinción clásica entre lo que es la educación y lo que es la instrucción. Para mí, el aprendizaje es un concepto integral. Cuando se aprenden cosas, también se aprende a ser, en el mismo sentido que ya hace años lo formuló la UNESCO en el informe Delors. Cualquier solución tecnológica aplicada a la educación ha de tener en cuenta la potencial capacidad de hacer aprender más y mejor a los estudiantes, y luego ya buscaremos procedimientos administrativos para la certificación.
Llevas muchos años denunciando que a menudo se cuestiona si la educación a distancia produce aprendizaje, cuando pocas veces se le hace la misma pregunta a la educación presencial.
Cuando digo esto, no intento escurrir el bulto de las evidencias de aprendizaje en entornos virtuales. He dedicado mucho tiempo a estudiarlos. Cuando me propongo una enseñanza, tengo la obligación de comprobar que se ha dado el aprendizaje, y que ha sido de la mejor forma posible y, analizar qué puedo hacer para mejorarlo. Lo que sí es verdad es que con la educación online se es enormemente más exigente y crítico que con la educación presencial. Creo que se da demasiado por supuesto que la educación presencial tiene efectos por sí misma. Lo cierto es que hay grandes experiencias positivas de educación presencial, pero también encontramos muchas que son muy mejorables. Nunca he afirmado que todo lo que se hace online es bueno. Pero creo que debemos ser exigentes tanto en la educación a distancia, como en la educación presencial. Lo que todos debemos perseguir es incrementar la calidad de la educación que ofrecemos, sea en la modalidad que sea, y pensando tanto en los jóvenes como en las personas adultas, que ven en la educación online, por su flexibilidad, una oportunidad de formación. Pero esto no quiere decir que sea una educación pensada solo para personas adultas. Lo que no tiene sentido es que repliquemos la enseñanza presencial en un contexto muy diferente, que exige llevar a cabo otras estrategias para obtener objetivos iguales o similares.
La educación online no puede pretender ser una copia de la presencial. Como digo, necesitamos otras estrategias y otra forma de evaluación. Estamos demasiado acostumbrados a utilizar, en la modalidad online, los mismos instrumentos de medición de resultados, que usamos habitualmente en la enseñanza presencial. Es un gran error, porque hay muchas cosas que no son comparables. Es como si a todo le llamáramos fruta, sin distinguir peras y melones, y luego pretendiésemos valorarlos por el criterio de tener el mismo tamaño. Creemos demasiado a menudo que, simplemente haciendo lo mismo a través de unos mecanismos tecnológicos, obtendremos los mismos o mejores resultados. A menudo, los docentes se encuentran con la dificultad de que los productos tecnológicos que existen son tan simples que se limitan a decirnos que “es como si estuviesen en clase presencial”. Esta pretensión del “es como si…” es un grave error metodológico y de concepción. Lo tenemos que hacer distinto para obtener los resultados que queremos. Por esto, digo a menudo que los docentes tienen que capacitarse de otra forma y ampliar sus competencias. Por supuesto que ambas modalidades tienen competencias parecidas, pero el buen docente presencial debe entender que ha de adaptarse a un contexto distinto, que le exige unas competencias que hasta ese momento no había tenido necesidad de desarrollar para ser un buen profesional.
¿Qué aportaciones crees que que nos ha dejado la eclosión del aprendizaje a distancia de emergencia provocado por el confinamiento, y que intuyes que van a impactar en las maneras de hacer a partir de ahora? Precisamente tú has sido el coordinador de la publicación de un “Decálogo para la mejora de la docencia on line”, que habéis difundido gratuitamente pensando en todos los docentes del mundo, que se han visto obligados a esta enseñanza de emergencia, y en el aprendizaje híbrido (blended learning) que es de gran utilidad para la propia enseñanza presencial. Yo, por lo menos, lo utilizo en muchas sesiones de asesoramiento por su gran aplicabilidad.
Te agradezco el uso que haces del decálogo porque ha sido un trabajo en equipo con la voluntad de poner a disposición de cualquier docente la experiencia que hemos acumulado a lo largo de tantos años. Y lo hemos hecho sin ninguna pretensión de sentar cátedra. Es muy difícil sintetizar en cien páginas la gran diversidad de necesidades y contextos que se dan en la enseñanza online, y que respondan a todos los niveles educativos de la enseñanza. Pero nos damos por muy satisfechos si cumple esta función de orientación que señalas.
Respecto a lo que me preguntas, te voy a decir primero lo que creo que podría aportar a la enseñanza presencial, que no es necesariamente lo que creo que va a pasar finalmente. Lo que me parece más destacable es que muchísimas personas han experimentado algo que hasta ahora solo conocían de oídas. Ponerse en la tesitura de desarrollar un proyecto educativo, en un contexto donde no existe la posibilidad de interactuar de forma directa con los alumnos, ha provocado que nos encontremos con reacciones y experiencias muy diversas. Desde reacciones que han rozado el histerismo por la creencia de que era completamente imposible, hasta otras que han conseguido adaptar las posibilidades que se le ofrecían para intentar rediseñar su propia docencia y el planteamiento educativo de la institución. Ha habido casuísticas muy diversas.
Creo que lo más interesante ha sido que la mayoría ha entendido que existía de forma latente la posibilidad de utilizar los mecanismos tecnológicos para cambiar de alguna forma lo que habitualmente hacíamos en el aula. Hay que tener en cuenta que no se trataba de cambiar una tradición de hace treinta años, sino de una tradición centenaria, aunque creo que la enseñanza ha evolucionado bastante a lo largo de los años, como ponen de manifiesto muchos proyectos de innovación. Pero, a pesar de ello, y como le ocurre a la educación no presencial, los innovadores somos una minoría ante el resto, que es mucho más grande. La oportunidad que se ha producido debería dar elementos a los docentes para poder expandir su propia capacidad docente, de tal forma que les permitiera diseñar sus propias áreas de conocimiento en el formato híbrido (blended), lo que ayudaría a ir mucho más allá de las limitaciones del tiempo de exposición de la relación entre alumnos y docentes. Las clases presenciales están caracterizadas por ahora por esta exposición temporal del alumno al docente. Y entendemos que solo se da el aprendizaje en este breve espacio de tiempo.
Empecemos a plantearnos que el elemento fundamental de la docencia no es el tiempo de exposición que el alumno pasa ante nosotros, sino lo que conseguimos generar para que el alumno avance con el docente, con sus compañeros y consigo mismo. Y esto es lo que la modalidad de blended learning nos puede permitir en mejores condiciones. Ganaremos en autonomía y autorregulación del alumno, adaptadas a cada nivel. Deberíamos disociar el tiempo para aprender del tiempo para enseñar. O, lo que es lo mismo, disociar el tiempo del alumno del tiempo del docente. En algunos momentos será necesaria la coincidencia en el tiempo. Y en otros momentos no será necesaria para que se produzca el aprendizaje. Deberíamos quitarnos de la cabeza la idea de que el alumno solo aprende cuando está delante del docente, porque no es cierta.
Creo que la modalidad de enseñanza que hemos vivido en la pandemia ha hecho que la concepción de lo síncrono y lo asíncrono haya aparecido por primera vez como una cuestión metodológica relevante en los procesos de aprendizaje.
A esto me refería cuando decía que por primera vez ha sido una realidad experimentada por muchos docentes. Y creo que deberíamos sacar buenos aprendizajes de aquí. Pero también creo que va a ser difícil. Por eso diferenciaba antes entre lo que creo que podríamos aprender y lo que creo que puede quedar. Podríamos aprender la capacidad de diseñar los procesos educativos de otra forma, teniendo en cuenta esta hibridación, y que no se limite a la aplicación errónea de la famosa “flipped classroom” (clase invertida), convertida a menudo en “hacer deberes en casa”. Podríamos reflexionar sobre lo que vamos a hacer presencialmente, y lo que podemos hacer no presencialmente. Para que podamos abrir nuestra mente aún más, propongo que, en vez de diseñar lo híbrido desde la mirada de la enseñanza presencial, que es lo que conocemos, lo hagamos desde la mirada de la enseñanza online, y pensemos en aquellas actividades que aportan un gran valor si son presenciales. Probablemente, daríamos un gran salto cualitativo. Me temo, sin embargo, que las aplicaciones van a ser más limitadas.
Es muy interesante esto que propones. Podríamos decir como docentes que “yo antes pensaba que debía incorporar la enseñanza online a mi concepción presencial; y ahora pienso que podría mejorar mucho la educación presencial pensándola desde la educación on line”.
Yo lo veo como un continuum, en el que pongo en cada uno de los extremos las concepciones de la educación presencial y online más puras. Solo cuando has estado en los extremos, puedes identificar el alcance de las posibilidades de lo que está en medio. Por eso, sugiero este ejercicio de diseñar desde la otra mirada, aquella que me provoca la aparición de contextos y necesidades diferentes. Con ello, no quiero decir que la mejor forma de educar sea online, sino que creo que, cambiando de mirada, podemos descubrir posibilidades que hasta ahora nos quedaban bastante escondidas. Nos ayudaría a superar propuestas anteriores que se limitaban a digitalizar materiales, libros o repartir ordenadores sin mayor sentido.
Creo, sin embargo, que nos vamos a encontrar con un movimiento pendular. El cansancio de las condiciones en las que hemos aplicado la enseñanza remota de emergencia va a provocar que, en cuanto podamos, todo vuelva a ser absolutamente presencial. También creo que, a partir de ahí, van a ir apareciendo docentes que van a plantearse la incorporación de aprendizajes que han ido descubriendo en este tiempo. Si no cambiamos la visión que tenemos del entorno educativo, no seremos capaces de incorporar los aprendizajes que hemos tenido. Si en una situación como la que estamos viviendo, no se ha priorizado suficientemente que todos los alumnos y sus familias tengan acceso a internet y dispositivos suficientes para trabajar, y se ha fiado todo a que las escuelas son seguras con las ventanas abiertas, estamos demostrando que no hemos entendido absolutamente nada. Y lo que digo no colisiona con el derecho a la educación, a la equidad y a la voluntad de inclusión en las escuelas, prioridades para lograr el objetivo de la cohesión social. Hablamos de la brecha digital, y no nos damos cuenta de que ésta existirá mientras los gobiernos quieran que exista, puesto que disponen de los mecanismos y recursos para acabar con ella. En el siglo XXI, niños, niñas y jóvenes que no estén alfabetizados en la utilización de sus propias competencias digitales son equivalentes a personas analfabetas en los años setenta del siglo pasado. Hasta que no solucionemos esto, no podremos hablar de una educación 360º, porque estamos olvidando una dimensión como la digital, en la que los alumnos ya habitan. La desigualdad se genera si no se facilita la incorporación al uso de las tecnologías de aquellas personas que después se encontrarán en inferioridad de condiciones respecto de las que sí la hayan tenido. Esto sí que es generar desigualdad y discriminación. Y quiero dejar constancia de que no defiendo en absoluto la actitud de muchas empresas tecnológicas. Pero sí creo que todos deberíamos estar remando para conseguir el máximo nivel de competencia digital de alumnos y docentes, y en general, de toda la ciudadanía.
En el Decálogo que publicasteis, tú mismo escribes que por mucho que se haya insistido en los beneficios sociales, individuales y de aprendizaje de los modelos de educación online, en realidad, los adelantos han llegado en situaciones límite, como ley del último recurso. Es una reflexión que has hecho en varias ocasiones a lo largo de tu carrera profesional. También has señalado evidencias del impacto social y económico de la educación en línea. Venimos de un histórico en el que lo importante era repartir dispositivos. Algunos ya venimos diciendo en los últimos años, que lo más importante es la conectividad, que es la que determina la brecha digital, al tiempo que formamos en su uso.
La conectividad es el primer paso. Suelo hacer referencia a los tres niveles de brecha digital, que han señalado Mariano Fernández Enguita o Miquel Àngel Prats. El primero es el nivel del acceso, al que te referías. En Estonia, por ejemplo, el acceso digital es un derecho recogido en la constitución. El segundo nivel es el de disponer de un dispositivo. Actualmente, se han generalizado tanto que cuesta pensar en que haya alguien que no tenga un dispositivo inteligente de cualquier tipo. En África, el número de dispositivos, que son normalmente “smartphones”, triplica el de la población. Y el tercer nivel de brecha es el de la competencia en su uso. Las dos primeras se cubren económicamente. La tercera brecha requiere más tiempo porque exige tener a las personas preparadas. Por eso creo, que deberíamos actuar de manera radical en las escuelas y también en la franja de ciudadanos que no ha tenido la oportunidad de capacitación.
Una de las brechas que la escuela puede provocar en el progreso de los alumnos es la falta de preparación del docente para asumir conocimientos que conforman el contexto de los alumnos. Cuando diseñamos aprendizajes, más allá del conocimiento específico de nuestra área de saber y de su didáctica, necesitamos también ser competentes en ámbitos de la psicología o la sociología para responder al contexto de los alumnos. En este sentido, el docente que considera que lo digital es ajeno a su responsabilidad, se convierte en un reproductor de brechas. El problema es que solemos pedir recetas para resolver este tipo de problemas, y tú mismo has señalado en varias ocasiones que no debemos acudir a las recetas.
Me ha gustado mucho este concepto que usas de “reproductor de brechas”. He participado en varios programas europeos sobre implementación digital en zonas del Asia Central y de África. Allí siempre intento conectar con personas que trabajan en los niveles básicos de la enseñanza. Y me encuentro con docentes que están muy capacitados y que viven intensamente su profesión. Pero, cuando les pregunto por qué no incorporamos a través de sistemas satelitales de conexión el uso de tablets, me contestan que creen que primero hay que enseñar a escribir con tizas de yeso en unas pizarras pequeñas. Me dicen que lo digital ya se verá. Esto creo que es ser reproductor de brechas, porque, mientras mantengan el aprendizaje de la escritura con yeso, otras personas del resto del mundo están aprendiendo a ser competentes en lo digital, y no los van a alcanzar. Naturalmente, creo que si piensan que es importante que aprendan a escribir con tiza, deben hacerlo, pero simultáneamente deberían enseñarles a ser competentes digitalmente. Es una forma de capacitarlos para ser más autónomos y adquirir mayor libertad para decidir.
No hay recetas por una razón muy sencilla, y es que a menudo buscamos lo fácil. Y no estamos ante un reto fácil porque, si lo fuera, ya lo haría todo el mundo. Es lo primero que debemos aceptar, pero estamos obligados a intentarlo. Por eso, necesitamos generar más formación y capacitación, por ejemplo, a través de equipos interdisciplinares y de proyectos de innovación, con redes de apoyo. Es la manera de que vayamos experimentando. Lo que puede ser útil para un entorno, puede no serlo para otro. Creo que los docentes debemos cuestionarnos más nuestras propias epistemologías, y los modelos con los que trabajamos. No sirve oponer la formación en tecnología a la educación inclusiva. Si identificamos que es difícil desarrollar modelos que sean equitativos usando la tecnología, nuestra obligación es trabajar para hacerlos inclusivos y equitativos. La tecnología va a continuar ahí de todas maneras. Si queremos cambiar el mundo, tendremos que utilizar las herramientas que están en el mundo. Nuestro impacto en los alumnos, como te decía antes, es menor del que deseamos. Por lo tanto, debemos buscar mecanismos para empoderarlos, para que sean capaces de dar respuesta a una sociedad que ya está fuertemente tecnologizada. No podemos darle la espalda a algo que existe y que supone un reto tan elevado.
Muchos expertos están insistiendo desde hace décadas en que la obligación de los docentes es transferir el proceso de aprendizaje al estudiante. Recuerdo una conversación en Buenos Aires con Juan Carlos Tedesco, ya fallecido, en la que conveníamos que lo que más nos cuesta a los profesores es perder ese poder. Pero la tecnología nos ha puesto en bandeja esa transferencia.
Cualquier docente tiene que llevar a cabo un proceso de introspección para valorar su misión. Mi trayectoria profesional comenzó en la educación en el tiempo libre, y luego trabajé en Primaria en la escuela pública. He desarrollado mi trabajo de educador tanto en la educación formal como en la no formal. Esto me ha facilitado entender que mi misión es poner los mimbres para que las personas se desarrollen. Y mi éxito es que lo consigan. Los docentes hemos de entender que nuestra autoevaluación no son las calificaciones que sacan los alumnos o el dinero que ganan, sino que hayamos conseguido que se desarrollen como personas. Se trata de entender que tú puedes darles todo lo que tienes, pero dependerá de ellos el saberlo utilizar.
Cuando empecé a dar clase, entendía que el tesoro era darles la información que yo les transmitía. Esta es una de las cuestiones que también ha evolucionado en mi pensamiento. Llegó un momento en que me di cuenta de que aquella información ya empezaba a estar en muchas partes, ya fueran publicaciones en papel o, posteriormente, en digital, en que ya es inmediata. Lo importante, entonces, es que sea capaz de mostrarles cuáles son los valores para hacer la búsqueda, por ejemplo, construyendo criterios de discernimiento. Esta es la herencia que podemos dejar a nuestros estudiantes. El éxito es que sean personas felices que hayan alcanzado lo que se plantean en la vida. Esto choca con la visión instructora de la educación que tienen algunos docentes. Creo que lo importante es que nuestros alumnos, además de tener una profesión, sean grandes personas. Debemos vincular la capacidad de instrucción a la de educar. Debemos investigar si, cambiando los planteamientos epistemológicos, somos capaces de incorporar todo lo que nos ofrece la dimensión digital para conseguir nuestros objetivos educativos.