¿LA VIDA DIGITAL ES MÁS SUPERFICIAL QUE REAL?

Visual thinking de @Anasalamanca99

LILIANA ARROYO

Doctora en Sociología e investigadora del Instituto de Innovación Social de ESADE. Es una especialista en transformación digital e impacto social, y experta en métodos sociales y análisis de datos. Ha investigado, junto a diferentes equipos internacionales y multidisciplinares, sobre religión y cultura, salud y bienestar, educación y los impactos de la tecnología y los desafíos sociales, incluida la violación de los derechos humanos y las libertades civiles. Le gusta compartir conocimientos y generar debates, por lo que participa habitualmente en conferencias y charlas y medios de comunicación. Ha publicado «Tú no eres tu Selfie. 9 secretos digitales que todo el mundo vive y nadie cuenta»

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(Los párrafos en negrita corresponden a Pepe Menéndez y los párrafos sin destacar, a Liliana Arroyo)

Yo antes pensaba que la vida se podía manejar desde la planificación, desde la previsión y desde la estrategia; y ahora pienso que todo eso es importante, siempre y cuando sepas combinarlo con la incertidumbre y con la espontaneidad. Tan importante es planificar bien como saber reaccionar de forma rápida y consciente. Éramos (me gusta hablar en pasado) una sociedad demasiado planificada, racional y dirigida, con poco margen a la espontaneidad y, en cambio, a veces es en el trayecto donde pasan cosas. Necesitamos tiempo para distraernos, hacernos preguntas y pensar en adaptarnos, ir encontrando obstáculos y poder reaccionar.

¿Cómo podríamos inocular estos anhelos a la escuela y trasladar este espíritu de mayor tranquilidad, dejando la obsesión por aprender todo antes, como saber inglés con tres años o casi convertirse en matemático a los siete, cuando después llegan tantos alumnos a los doce años sin comprender un texto o saber expresarse?

Primero tenemos que revisar esta necesidad de acumulación, que tiene su origen en la idea de capital cognitivo, muy asociada al sistema económico en el que vivimos. La clave es que debemos entender que el proceso de aprendizaje empieza por uno mismo, que debe pasar por cierta introspección, que sepamos conocernos, y que aprendamos desde la curiosidad como motor, que lleva mucho más lejos que un currículo prescriptivo. Claro que tenemos que acordar una base común de conocimientos básicos para poder ser ciudadanos y ciudadanas con plenos derechos y deberes, pero el cómo lo hagamos no ha de ser traumático y estandarizado. Es mucho más fácil acompañar en el propósito que imponerlo.

He leído hace poco el libro de David Price “The power of us”. Es un autor “fanático” de las escuelas en las que los alumnos no solo trabajan por proyectos, sino que son co-creadores de la experiencia educativa. Tenía una conversación con él hace unos días y nos llevábamos las manos a la cabeza al compartir que a menudo a grandes líderes jóvenes se les ha tildado en la escuela de “fracaso escolar”. Es el caso de Greta Thumberg, por ejemplo. Estamos en un mundo en que ya no es tan importante lo que dices que sabes, sino en que lo pongas al servicio de un mundo más sostenible y deseable. Esta pandemia nos ha colocado en un punto de inflexión que espero que sepamos aprovechar para replantearnos cómo enseñamos, cómo aprendemos y cómo vivimos la vida.

Tú eres una especialista en el análisis y observación sociológicos, especialmente en el ámbito digital. En tu libro “Tú no eres tu selfie” escribes que hay adultos que se quejan de que los jóvenes viven permanentemente conectados, pero que muchos de ellos se comportan igual.  Y que hay otros que no están conectados, ni se les espera. Pero que los dos perfiles coinciden en que difícilmente se preguntan por qué los jóvenes se comportan así. Cuando abordamos las incertidumbres, quizás no nos hacemos las preguntas correctas.

Estamos demasiado sobrados y sobradas de respuestas, y tenemos poca imaginación para hacernos preguntas. Una de las cosas que me di cuenta, preparando este libro que, aunque bebe mucho de mi experiencia y mi observación sociológica del ámbito digital, se apalanca sobre todo en las entrevistas que hice a doce jóvenes, es que éstos tienen muchas ganas de que les preguntemos y también que muchas veces les juzgamos desde nuestras gafas personales y generacionales. Se lamentan de que no les preguntemos el sentido que tiene para ellos y para ellas lo que están haciendo, por mucho que, desde esa postura aparentemente objetiva, nos parezca que es una tontería o una pérdida de tiempo. Su profundidad tiene que ver con dos cosas esencialmente: quiénes son y quiénes quieren ser. Esta definición de la identidad y del otro está hecha desde la necesidad de pertenencia, desde la necesidad de estar conectados y de sentir que pertenecen a un grupo, de que se les ve, se les valida y se les tiene en cuenta. Son dimensiones humanas radicalmente ancestrales y necesarias.

Este sentimiento de pertenencia ha sufrido un impacto especial en la pandemia. Aunque los jóvenes ya estaban conectados digitalmente, antes también lo estaban presencialmente. Y ahora se ha visto interrumpida. ¿Cómo es esta nueva manera de relacionarnos con la realidad?

Está muy bien que lo plantees como nueva forma de relacionarnos con la realidad, porque hay mucha gente que cree que lo virtual no es real, cuando es absolutamente real en sus consecuencias, como hemos visto. Es real porque hemos mantenido empresas y muchas actividades en pie a través de lo digital. Todavía no sabemos cómo es esta nueva manera porque aun estamos intentando traducir lo que hacíamos en analógico y en presencial a lo virtual. Aun no estamos generando nuevas experiencias que saquen el máximo partido del ámbito digital.

El mundo digital es asíncrono, ubicuo, puede ser más duradero en el tiempo… todavía no estamos aprendiendo a conjugar bien lo mejor de los dos lados. Se nos está abriendo un espectro de experiencias posibles. Hemos aprendido a escoger, en función del mensaje que queremos dar y a quien, el WhatsApp, SMS, llamada, café o la videoconferencia, pero lo que aun estamos haciendo es trasladar lo presencial a lo virtual. No nos damos cuenta de que no es exactamente lo mismo. No lo es una reunión por videoconferencia, como no lo sería tampoco esta conversación si fuera tomando un café o delante de un auditorio en el que podríamos interactuar con otras personas. Cuando intentamos replicarlo en el formato de una videoconferencia, nos agota, porque nuestro cerebro busca los numerosos elementos del lenguaje no verbal (gestos, miradas, movimientos corporales) que no están en lo remoto. Lo mismo ocurre con las clases virtuales. Gastamos mucha energía para trascender los límites de la pantalla para mantener la atención del otro, y es agotador. Tendremos que trascender estas actividades que siempre hemos hecho e inventarnos otras nuevas.

Creo que la tecnología está condicionada por la visión cultural de los países. De la misma manera que en Latinoamérica y Europa nos saludamos de manera diferente, las mismas aplicaciones tienen usos diferentes. El WhatsApp, por ejemplo, no se utiliza igual en España que en Latinoamérica. O también ocurre con las redes sociales, como Facebook o Twitter. Parece mágico que la tecnología también esté sometida a nuestras miradas culturales y de relacionarnos.

Hay una parte de apropiación cultural de estas herramientas digitales, que hace que las usemos distinto en función de las necesidades. Un ejemplo claro es el caso de WhatsApp. Lo estábamos utilizando de manera diferente hasta marzo de 2020, y a partir de esta fecha es nuestro ámbito de activismo y de tejer redes vecinales. En mi escalera de vecinos no teníamos grupo de WhatsApp hasta que llegó la pandemia, en que se convirtió en una manera de proteger a las personas mayores. Son las mismas herramientas que ya teníamos, pero que hemos descubierto que se pueden utilizar con otro sentido.

Sucede igual con las redes que mencionabas. En Latinoamérica, Facebook es el lugar donde estar, no tanto en el mural habitual, sino en los grupos. Es una manera de articularse que conecta con la tradición latinoamericana de auto organización y de tejer redes, que es mucho más potente que la nuestra. Probablemente tiene que ver con la propia articulación de los estados y las expectativas de lo que éstos pueden proveer a la ciudadanía. Sin duda hay un elemento cultural. Pensemos también, por ejemplo, lo que nos sorprende el interés que hay en Japón por el diseño de robots para que la gente mayor esté acompañada, y que se acaben enamorando de esas mascotas. En la cultura japonesa, la tecnología tiene alma, no es algo disociado de su humanidad.

Si pensamos en este tiempo de pandemia y en los jóvenes que se han incorporado a nuevas experiencias de estudios sin haber tenido una experiencia presencial previa, ¿cómo deberíamos comprender mejor esta nueva manera de habitar en las redes?

Una de las cosas que descubrí en las entrevistas que te mencionaba para escribir el libro es que los jóvenes no me entendían cuando me interesaba por explorar su experiencia digital. Era justamente por lo que estamos hablando. No tenían conciencia de separación entre estar conectados y no estarlo. Para ellos, la desconexión es el “horror” de estar sin batería o de no disponer de wifi. Fíjate que ha empezado a circular por las redes una adaptación de la pirámide de Maslow al mundo digital, en la que se coloca el dispositivo, el wifi, el 4G en la base, y va subiendo con navegadores y aplicaciones, según el uso que se les da. Los jóvenes no contemplan separada la vida digital porque para ellos es un continuum. Siempre pongo el ejemplo de la diferente experiencia de una puesta de sol de un adulto o un preadolescente para ilustrar estas diferentes concepciones. El adulto preferirá el silencio y la soledad, incluso acompañada de una copa de cava, y alejado de cualquier conexión. En cambio, el preadolescente habrá grabado el camino hasta llegar al lugar, también hará un video del momento justo anterior a la puesta total, incluso retocará las imágenes. Probablemente pensemos, como adultos, que no estará disfrutando la experiencia porque no están con todos sus sentidos centrados en el momento. Pero lo cierto es que ese joven va a estar disfrutando mientras edita la foto, la cuelga y la comparte, y cuando reciba unos días más tarde algunos comentarios. ¿Quién está disfrutando más de la puesta de sol? La realidad es que no lo sabemos y no lo podemos juzgar. Son dos maneras y dos intensidades distintas. Para nosotros, lo digital es lo superficial; y para ellos es una extensión más de su mano.

Ahora se insiste mucho en que una de las competencias clave es la concentración. También lo podemos aplicar al goce. No todos nos concentramos igual y tampoco disfrutamos de las cosas de la misma manera. Pareciera que la concentración es como la belleza y la concepción de sus cánones. A menudo está vinculado a concepciones de lo profundo y de lo superficial.

Totalmente. El debate de lo digital versus lo auténtico tiene muchísimas aristas en las que flota la concepción de que lo digital es más liviano.

Respecto a la concentración, me gustaría hacer una pequeña distinción. Una cosa es que disfrutemos de esa puesta de sol con todos nuestros sentidos, y entendiendo que el sexto sentido es el móvil, y otra cosa son las interrupciones. Se les denomina notificaciones para confundir con el sentido real que tienen, que es el de interrupciones. Y es que hay una pugna real por nuestra atención. Quienes están diseñando hoy los dispositivos y las plataformas están poniendo en juego la “economía de la atención”, ya que sus modelos de negocio están vinculados a que nosotros pasemos mucho rato mirando las pantallas de nuestros teléfonos. No veo tan en riesgo la concentración como nuestra atención y la soberanía por el dominio de nuestros sentidos. Y creo que tiene que ver con un punto de autodisciplina, pero también con un punto de regulación. No podemos admitir que estas grandes empresas, que cada vez son menos y más poderosas, estén decidiendo a qué dedicamos nuestra actividad cerebral. Netflix, por ejemplo, decide en qué soñamos justo antes de ir a dormir o Google nos dice a qué hora hemos de salir de casa. Hay un montón de cosas que nos están jaqueando nuestros propios cerebros.

Por otro lado, recuerdo ahora un estudio sobre la concentración, que despierta mucha nostalgia porque señala que nuestra capacidad se ha reducido de diez a siete segundos, que es la misma que tiene un pescadito muy pequeño. Contrasta esta realidad con la capacidad, por ejemplo, que tienen algunos jóvenes por pasarse muchas horas con los videojuegos, o retocando fotografías. Mantener la concentración en las condiciones que teníamos hasta ahora en relación, por ejemplo, a la educación o al consumo de contenidos está cambiando mucho. Un caso que también me ha llamado mucho la atención es el de personas que oyen los podcasts a doble velocidad para ganar tiempo. Y me pregunto qué necesidad hay de ello o cómo conecta todo esto con la necesidad de consumo y con la digestión de los contenidos. El riesgo es que perdamos la capacidad de hacernos preguntas, y solo asumamos lo que nos venga. Ya sea en el ámbito individual como colectivo. Para la salud democrática de las sociedades es fundamental que tengamos espacio para el silencio y para cuestionarnos cosas.

Tú has escrito en tu libro que habitar las redes sociales es vivir en la comparación constante, y que, aunque no queramos, somos juzgados por lo que reflejamos y por las conexiones que tenemos, y lo que éstas dicen de nuestra realidad.

Todo esto tiene mucho que ver con la cultura del “me gusta”, los corazones y los comentarios. Estamos comparándonos con los demás y con nosotros mismos, y a menudo obsesionados por aumentar sus cantidades. En los jóvenes es algo que rige muchísimo su humor, su autoestima y que dicta lo que van a mostrar de ellos. Es una danza perfecta entre lo que muestro, lo que escondo y lo que quiero proyectar.

En el libro, explico una versión digital del “dime con quien andas, y te diré quien eres”, de cómo a través de las conexiones que tienes, y por mucho que seas muy prudente con tu huella digital y con lo que cuelgas, puede ocurrir que veamos que muchos de tus contactos tienes fotos, por ejemplo de pesca, y entonces pensaremos Pepe va a pescar los fines de semana o al menos se entiende con gente que va a pescar. Desde luego que hay otras cosas menos inocentes o más íntimas, que se pueden revelar a través de tus contactos. Las redes y las plataformas nos animan a colgar más cosas y cada vez tenemos más riesgo de colgar algo sin querer. No es algo casual. Cada vez hay menos botones que apretar y menos pasos que dar para colgar los contenidos.

En tu libro, y pensando en la educación, escribes que la memoria va perdiendo el peso histórico que ha tenido en el aprendizaje y lo va ganando la competencia de saber buscar. Alguien te ha de enseñar a hacerlo o acompañarte en este aprendizaje, pero el problema actual es que quienes te han de enseñar, también son aprendices. Lo único que les diferencia es la experiencia vital, que no es poco. ¿Cómo vamos a conseguir integrarlo de manera más natural en la escuela? ¿Cómo vamos a conseguir esa educación entre aprendices?

¡Qué bonito que lo formules como una educación entre aprendices! Siempre insisto en que esto va de trabajo en equipo, y de que cada generación aporte sus fortalezas. Los más jóvenes tienen la capacidad instrumental, y la generación de los que hasta ahora eran enseñantes tienen, como decías, experiencia vital y también una mayor capacidad de contexto y de enmarcar lo que está pasando. Creo que la manera de resolverlo, en primer lugar, es dejar de asumir que en el colegio nos van a enseñar a utilizarlo, y entender que en el colegio vamos a aprender a utilizarlo. Es muy distinto. Y, en segundo lugar, también, que vamos a aprender desde la colaboración.

El caso más reciente lo he comprobado en este periodo de pandemia, cuando, al llegar el verano, muchos de mis colegas se planteaban hacer cursos de habilidades en aplicaciones o plataformas. Yo, en cambio, me preguntaba que pasaría si en vez de hacer cursos, nos planteáramos que aquellos que tienen mayor competencia hicieran de mentores de los otros, en vez de trabajar en solitario. Hay un punto de humildad al pensar que, quizás, ahora enseñar ya no es solamente haber hecho un recorrido antes en el tiempo para explicárselo a los que han nacido más tarde, sino, ante lo nuevo, poner en común las herramientas que tenemos cada uno de nosotros. Recuerdo ahora una docente veterana, que conocí en uno de los cursos que imparto, que se ha hecho asidua de las redes sociales, de esas que llaman “sexadolescentes”, que explicaba que le encantaba que sus alumnos le hablaran de sus “influencers” y sus “youtubers”, y que a menudo los incorporaba, después de haberlos revisado en casa, ya que los hay que enseñan matemáticas o los “booktubers”, que recomiendan libros, y todo esto le ayudaba a influir en sus objetivos educativos. Yo le propuse que, en vez de llevarse la tarea a su casa, lo hicieran juntos en clase y así, que ella pudiera explicar y compartir cuáles eran los criterios que usaba para darlos por buenos. Es una buena forma de educar, dar ejemplo y dar herramientas. Lo antinatural en la escuela es apagar el móvil y dejarlo en el cajón, o que los “youtubers” solo se consuman fuera. En la pandemia hemos aprendido que el aprendizaje no se limita al horario de 9 h. a 5 h. en una clase. Lo compartí con un director de escuela que me explicaba que no habían priorizado la evaluación y los exámenes que tenían previstos a principio de curso, sino que los alumnos escribieran lo que habían aprendido y dónde lo habían hecho. Muchos de esos aprendizajes no habían sido en el Moodle ni el Google Classroom o en el espacio que había preparado el profesor. Los alumnos decían que echaban en falta que los profesores les preguntaran cómo estaban, más que si habían hecho los deberes escolares.

Todo esto nos permite humanizar y derribar algunos muros y resistencias que tenemos del concepto de educación y de escuela, que aun son muy fabriles y ligados a enseñar y a obedecer. No olvidemos que las escuelas nacieron al lado de las fábricas para enseñar a los hijos de la clase obrera a ser futuros trabajadores. La nostalgia nos puede jugar malas pasadas. Decimos que la memoria tiene mucho valor, pero estamos en un momento en que vemos cómo se amplían las habilidades, y que aquellas que antes necesitábamos mucho, ahora no tanto. Hemos de dar a cada habilidad y aptitud el espacio que necesita.

Aunque soy “tecnooptimista” y veo la gran oportunidad que nos dan las redes sociales y su enorme capacidad de crear comunidades, y que aun las podemos mejorar, creo que debemos tener un claro propósito cuando usamos la tecnología porque los dispositivos, especialmente el móvil, tienen una gran capacidad de hacernos perder el tiempo sin propósito. Debemos no caer en el modo reactivo ante los estímulos, sino en modo proactivo, en educación también. Se trata de nuestra soberanía para elegir lo que estamos haciendo en cada momento.

No querría acabar esta conversación sin comentar algo que reflexionas en tu libro sobre cómo las redes han revolucionado el instinto de seducción, el imaginario del amor y el acceso al sexo. Son los grandes tabúes, y vistos como los grandes peligros de las redes. Me interesan las luces y sombras que señalas, especialmente a partir de lo que pasa cuando el centro del todo no es la persona, sino el deseo del momento.

Creo que vivimos un tiempo de efervescencia en el que muchas corrientes están cruzándose. Seguramente, algunos relacionan inmediatamente amor y diversión digital con Tinder o este tipo de aplicaciones para “ligar”, pero esto solo es una parte posible y aun no tiene tanta relevancia para conocer a tu pareja, según nos muestra la investigación sociológica. Lo que ocurre es que en este tipo de aplicaciones es mucho más fácil poner por delante lo que quieres y lo que no quieres. Chocamos con la nostalgia del romanticismo del amor, que funciona mejor en analógico que en digital. Pero me interesa más la transformación que podemos observar sobre la expresión de género. Vemos un amplio espectro. Desde la visión más tradicional que vincula el género al sexo binario, hombres y mujeres, hasta otras formas de sentirse que no son binarias, como el transgénero, y otras muchas realidades que escapan a esa encapsulación. Las redes, que son un espacio de laboratorio de identidad, me han permitido observar que los jóvenes tienen un nivel de tolerancia mucho más grande que la simplificación de hombre y mujer. Entienden que hay una base biológica, pero también que puede ser independiente y dar lugar a escoger. Es una especie de “customización” radical, que diferencia la identidad biológica inicial con la opción posterior. Me ha llamado mucho la atención este uso de la libertad en los jóvenes que he entrevistado.

Por otro lado, me preocupa el acceso al sexo, que apuntabas. No nos ha de sorprender que nuestras criaturas a los ocho años ya estén accediendo a contenidos porno, incluso sin quererlo. Está teniendo implicaciones en cómo nos imaginamos el sexo y el amor, y en cómo lo educamos. Como dices, son los grandes temas, o también las drogas, y todos aquellos comportamientos que las religiones de todo el mundo han tildado de venenos. El imaginario del amor, la durabilidad de las parejas y su propio concepto, lo que es físico y los sentimientos… todo está cambiando. Lo hemos podido ver, por ejemplo, en la serie “Black Mirror”, en la que dos personajes se acaban besando virtualmente en un videojuego, pero tienen emociones físicas. Y surge el debate sobre si eso es infidelidad o no. Y necesitan encontrarse físicamente para resolver la situación. 

La capa digital nos está dando muchos matices a nuestras realidades en todos estos ámbitos. Hay que poner atención para saber lo que está pasando.

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Publicado por Pepe Menéndez

Soy Pepe Menéndez. Comunicador y consultor en procesos de transformación profunda de la educación. He formado parte del equipo directivo de Jesuïtes Educació, que imaginó, diseñó y desarrolló el proyecto de transformación educativa "Horitzó 2020". Nací en Barcelona el 21 de agosto de 1956. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (1982). Trabajo en educación desde 1981. He enseñado en todas las etapas educativas de la Secundaria y de la Formación Profesional. Convencido que el liderazgo para el aprendizaje y la transformación social puede dar mejores oportunidades a alumn@s y profesor@s.

2 comentarios sobre “¿LA VIDA DIGITAL ES MÁS SUPERFICIAL QUE REAL?

  1. El tema es muy inetresante y aparecen cuestiones en las que cabría profundizar por su complejidad. Por ejemplo, no acabo de coincidir en que los jóvenes sean mayoritariamente de tendencia queer. Una cuestión es la aceptación del género, o de la homosexualidad y otra creo que es la desvinculación entre sexo y género, como si naciésemos como uan página sexual en blanco y elegimos todo..eso es queer, y en la entrevista se desliza alguna ambigüedad. Por otro lado es obvio que la integración que los jóvenes tienen de lo digital es sustancialmente difeente de la nuestra, pero no todo lo que les motiva tiene por qué se útil para su educación…la cuestión de los Youtubers es también complicada, porque los hay de muchos sesgos,…sugerente y oportuna en cualquier caso la entrevista….

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