Arquitecto. Creador de “F2M Arquitectura”, proyecto arquitectónico multidisciplinario e integral, junto a Esther Flavià y Araceli Manzano, en el que destaca la innovación escolar. El estudio ha obteniendo el Premio FAD de la opinión por la Capilla Sant Francesc Xavier (Colegio Casp) y la selección del Colegio de Arquitectos de Catalunya de las mejores intervenciones en edificios, por la reforma de la escuela infantil (Colegio Casp) en Barcelona. Durante los años 2013-2018 ha liderado el diseño y desarrollos arquitectónicos del proyecto“Horizonte 2020” de Jesuïtes Educació. También es colaborador del proceso de reformas de los espacios escolares que está impulsando la consejería de educación del gobierno de Cataluña.
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(Los parráfos en negrita corresponden a Pepe Menéndez y los párrafos sin destacar, a Carles Francesch)
Yo antes pensaba que proyectar una transformación escolar era una tarea de creación personal, siguiendo un programa preestablecido. Ahora pienso que es un reto que se debe compartir con la comunidad educativa y con todos los implicados en la transformación que buscamos. Cuanto más compartamos y seamos capaces de aportar el conocimiento de todas las partes implicadas, mejor resultará. De la visión del trabajo personal, he pasado a la convicción de los beneficios del trabajo en equipos de mirada amplia.
Fuiste el arquitecto responsable de la transformación de los espacios del proyecto Horizonte 2020. ¿Cómo cambió tu mirada? ¿Qué descubriste como arquitecto e, incluso como padre de hijos en edad escolar? ¿Qué es lo que más te satisfizo de aquel reto?
Fue una aventura apasionante y muy enriquecedora en todos los aspectos. En nuestro entorno, no había muchas referencias recientes de transformación de los espacios escolares a gran escala. Solo se conocían intervenciones puntuales. Tenía la impresión de un cierto salto al vacío que me resultaba especialmente motivador. Para mí, fue espectacular profundizar en el conocimiento de la complejidad del reto, especialmente por las aportaciones pedagógicas que tenía que ir comprendiendo para llevarlas a los espacios físicos de las escuelas.
Partimos del análisis del estado de los edificios en los que se iba a intervenir. Y resultó muy esclarecedor de cómo habían ido las cosas hasta entonces, y de cuáles eran las concepciones y prioridades de intervención sobre los espacios físicos que se tenían. La coherencia del proyecto original se había ido desfigurando en beneficio de las necesidades inmediatas de cada momento, perdiendo de vista la visión más global del proyecto educativo que se pretende. En aquel momento, entendimos que la prioridad era dar una nueva coherencia a un proyecto que tenía la voluntad de ser sistémico. Para nuestro equipo fue un reto que nunca nos habíamos encontrado formulado tan claramente.
Desde tu perspectiva de arquitecto, ¿qué características han de tener los espacios físicos de una escuela que quiere poner al alumno en el centro y transformar los procesos de aprendizaje?
Creo que lo primero es huir de los esquemas tradicionales de espacios determinados por pasillos y aulas, que hicieron furor en su momento, pero que condicionan negativamente algunas de las prioridades pedagógicas actuales, como poner al alumno en el centro y darle voz. Para estos objetivos necesitamos una visión integral de todo el edificio escolar. Por un lado, aulas flexibles, que permitan transformaciones rápidas de escenarios. Y por otro lado, una sugerente y eficaz relación entre todos los espacios de la escuela que faciliten conexiones complejas para hacer posible su uso polivalente, versátil y adaptable a un mobiliario, fácilmente transformable. Para mí, estas características son las que reflejan el salto que muchas escuelas quieren dar. También hay otros, más conocidos como son los relacionados con el confort, la iluminación, la insonorización, etc.
En el proyecto Horizonte 2020, fuiste un impulsor de la concepción de pasillos y vestíbulos como espacios educativos más y con la misma funcionalidad que damos a las aulas. ¿En qué te inspiraste para proponerlo?
Estuvimos investigando en algunas escuelas de los países nórdicos, en la inspiración clásica del arquitecto y diseñador industrial danés Arne Jacobsen, o en el mítico parvulario de Sant’Elia de Giuseppe Terragni en Como (Italia), cuyas aulas, en los años 30, ya estaban abiertas con puertas correderas a cuatro espacios encadenados. Teníamos esta escuela metida en nuestras cabezas.
Partíamos de la concepción del aula como célula madre del proyecto, y a partir de ahí unimos dos aulas para disponer de espacios más amplios de lo habitual, e ir aprovechando todos aquellos espacios tradicionalmente entendidos como de paso para crear las “ágoras”, como lugares de diálogo y relacionales para los aprendizajes. Tuvimos una buena disposición de la administración educativa para la consideración de estas zonas como aulas de refuerzo, por ejemplo. Así conseguíamos adaptarnos a la normativa oficial, y ganar aulas grandes y espacios comunes.
Entonces, la administración pública se mostró sensible ante las propuestas.
Fuimos con mucha ilusión a presentarlas. Y la realidad es que no las recibieron con una actitud negativa que las rechazara arguyendo que eran imposibles, reacción que a veces uno puede encontrarse. Al contrario, su receptividad nos ayudó mucho, en las reuniones que tuvimos, a encontrar las soluciones que facilitaran la adaptación a la normativa. Tengo la impresión de que todo esto ha ayudado a facilitar cambios similares en la escuela pública, y a la iniciativa que inició el gobierno catalán antes de la pandemia para transformar los edificios escolares. Es lógico porque la experiencia es que los pliegues de condiciones tan rígidos con los que nos encontramos los arquitectos nos obligaban a construir unos espacios que, en cuanto la escuela se ponía en marcha, se pedían modificar y tirar paredes que obstaculizaban los propósitos pedagógicos.
A principios del siglo pasado, en Cataluña y en otros países europeos de nuestro entorno, hubo grandes propuestas de transformación de los espacios escolares, pero la tradición ha obstaculizado mucho su aplicación hasta nuestros días. ¿Por qué crees, como arquitecto, que le cuesta tanto a la escuela romper la imagen monolítica de sus muros?
Creo que está relacionado con la disciplina y con la idea de tener a los niños bien ordenados, todos iguales y en su sitio. Era más fácil tenerlos controlados en ese tipo de edificios. Tampoco la sociedad veía la necesidad del cambio porque tenía la idea de que las cosas ya funcionaban bien, aunque la realidad no lo demostrara. En los años 60, en Cataluña, hubo algunas propuestas novedosas. Recuerdo ahora alguna de Oriol Bohigas, pero fueron muy puntuales y no se extendieron al conjunto del sistema. Creo que hasta que no ha habido un cambio en la concepción de lo que significa el control y autocontrol del estudiante respecto a su proceso de madurez, no han aparecido propuestas generalizadas. La idea de los espacios transparentes actual es lo contrario a la mirilla de la puerta cerrada o a los espacios escondidos que permiten hacer alguna trastada. Creo que es otra forma de entender el proceso de madurez de los alumnos.
En estas transformaciones, como fue el caso del Horizonte 2020, es usual la integración de elementos que pueden causar reparo en los docentes. Por ejemplo, grifos de agua en las aulas de secundaria, o asientos que pueden parecer excesivamente cómodos. ¿Cómo vivisteis la incorporación de este tipo de elementos que pueden dar lugar a conflictos?
No hubo problemas. También hay que decir que la mayoría de los docentes que empezaban el proyecto venían con una gran motivación. Todos estábamos de acuerdo que debíamos adecuar el aula a un entorno diferente y con rápida capacidad de transformación. Ese es el sentido de las gradas o de los cómodos “pufs”.
A veces, las escuelas que impulsamos este tipo de transformaciones recibimos la acusación de que se trata solo de márquetin. La idea es, en cambio, adaptar el entorno y el mobiliario a una mayor confortabilidad, o los colores, por ejemplo, a los que llevan los alumnos en su ropa. Para un arquitecto, ¿qué significado tiene todo esto?
Pensar el aula como un espacio donde compartir conocimiento entre compañeros es relacionarla con los escenarios habituales que se van a encontrar en la vida. Es lo mismo que nos encontramos en nuestro despacho profesional, en el que necesitamos compartir y comunicar. Yo hubiera agradecido mucho haberlo aprendido en la escuela, ya que me hubiera saltado posteriormente varios capítulos de aprendizaje. Si desde niños, adquirimos la costumbre de dialogar y hablar en público, daremos un gran salto adelante en nuestras competencias para la vida futura.
El diálogo entre arquitectos y docentes está a menudo lleno de recelos. Los profesores solemos ver excesivo afán estético en los arquitectos en perjuicio de la funcionalidad y pragmatismo; y éstos suelen pensar que no valoramos los aspectos más creativos de vuestra profesión.
Creo que es importante arriesgar cuando ves algo claro. Mi punto de vista es que los arquitectos debemos recoger las opiniones de los docentes y ser capaces de interpretarlas. Esto supone muchas veces que les ofreces soluciones que no esperaban, pero que responden al sentido de lo que pedían. Nuestro trabajo es convertir y crear a partir de las ideas abstractas que te plantean. Por ejemplo, en el caso de las gradas del proyecto Horizonte 2020, fuimos nosotros quienes sugerimos que se integraran gradas y taquillas para dar respuesta a un espacio de diálogo y encuentro y, al mismo tiempo, resolver la petición de los profesores de que no estuviera todo el material de los alumnos disperso por las paredes y suelo de las aulas. Luego, lo he visto como novedad en otros colegios.
Imagínate que un equipo directivo te pide tres o cuatro recomendaciones básicas para los espacios de su escuela. No se trata de hacerla de nuevo, sino de partir de algo ya existente que pretendemos adaptar a una educación más personalizada y colaborativa.
Primero hay que entender bien el edificio del que partimos. Siempre hay elementos positivos y los que no son funcionales. Hay que entender cómo funciona su estructura para adaptarse a las propuestas educativas que se hacen. El segundo paso es entender el proyecto pedagógico que queremos desarrollar en ese edificio. Y el tercer paso es la formulación de un plan director que pretende integrar el proyecto pedagógico en la estructura general de ese edificio para sacarle el máximo partido.
Hay elementos comunes a todos los proyectos, como son la luz natural, los espacios verdes, abrir la escuela al exterior, o la higiene y la ventilación, aun más valoradas en estos tiempos. Son elementos que debemos considerar después de haber entendido bien la estructura del edificio y el proyecto pedagógico.
Recordarás que cuando estábamos inmersos en el diseño de los nuevos espacios del Horizonte 2020, encontramos un estudio de la Universidad de Salford que mostraba la vinculación entre espacios y resultados académicos. ¿Qué os aportó para la tarea que estabais desarrollando?
Nos aportó mucho. Nos empapamos de aquella investigación, que aportaba diez puntos bien documentados sobre diversos aspectos. Fue muy importante porque en aquel momento (2012) no había tanta investigación documentada sobre esta relación entre espacios y resultados académicos. Destacaba la valoración que se hacía de los porcentajes de confort, luz natural según las edades y vinculada con la motivación, de espacios exteriores en que domine el verde y que sean visibles desde dentro, acústica, renovación de aire… para nosotros fue muy revelador y lo seguimos detalladamente.
Contribuiste al proyecto Horizonte 2020 y también estás colaborando con la iniciativa del gobierno catalán para impulsar decididamente la transformación de los espacios escolares. ¿Qué evolución has visto en el pensamiento y en las creencias del sector de la educación en estos últimos casi diez años?
Creo que hay una evolución clara hacia el camino de espacios escolares como el que ejemplifica el proyecto Horizonte 2020. Antes de la pandemia, percibí una apuesta fuerte de la administración pública para avanzar hacia aquí. Creo que es un camino que no tiene vuelta atrás. Se apuesta más por espacios de “coworking” (colaborativos) o de oficinas tipo “Google” que por espacios tradicionales cerrados. Una de las ideas que tenemos más claras es romper con la opacidad de muchas escuelas y que sean transparentes al exterior. No pasa nada porque se vea lo que se hace en la escuela desde afuera. La escuela forma parte del barrio. No es una isla en la que te quedas encerrado al entrar ella. Tenemos muchos ejemplos de lo que estoy diciendo en el norte de Europa o la escuela de Terragni, que citaba antes, que es visible desde fuera de todos sus espacios internos y externos. No solo facilita aspectos técnicos como la ventilación o la luz, sino que es una manera de entender la integración de la escuela con su entorno inmediato.
Existe la creencia de que reformar los espacios escolares solo es asequible a entornos sociales poderosos, y que no es accesible a la escuela pública o a entornos desfavorecidos.
Estoy convencido de que es un problema más de imaginación que de economía. Está claro que, si se disponen de más recursos, se puede aspirar a un tipo de proyecto más completo, pero con pocos recursos y creatividad se pueden hacer intervenciones muy efectistas, eficaces y útiles. Tirar un tabique o pintar no cuesta mucho, pero hecho con sentido le puedes sacar mucho partido. No siempre hay que relacionar la renovación escolar con grandes presupuestos.
¿Hacia dónde crees que evoluciona la arquitectura escolar? ¿Cuál puede ser la mayor aportación de la arquitectura a la escuela que necesita integrar la tecnología cada vez más?
La tecnología es imparable y creo que es mejor integrarla de manera natural y bien orientada que no que los alumnos la utilicen de manera escondida. Creo que hay que dar continuidad a la integración que se está dando en la vida ordinaria.
Imagino que las escuelas serán cada vez más espacios flexibles y organizados de una manera muy diferente al convencionalismo actual. Creo que tanto las administraciones públicas como los actores del sector educativo debemos arriesgar e investigar en las relaciones entre espacios y resultados, y dar pasos decididos adelante.
Una referencia de esta evolución la podemos tener en un sector afín, el de la Salud, y en concreto en el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, que intenta hacer la vida más agradable a niños con graves problemas de salud, incorporando personajes animados infantiles o montando un tobogán de planta a planta por el que se deslizan sin miedo a su integridad física. ¿Por qué no nos atrevemos en la escuela a ser más rupturistas?
Conozco bien esa intervención arquitectónica y me parece que está hecha con una enorme sensibilidad y talento. Quizás en el caso de la escuela dominan aun de manera excesiva los valores de disciplina y orden. Creo, sin embargo, que estamos viendo un camino que va a ir cambiando las concepciones de los administradores y actores, básicamente, porque hay una nueva mirada de la propia sociedad y de los docentes.
Necesitamos nuevas escuelas físicas porque necesitamos una nueva educación. Apostar por esta evolución favorecerá que tengamos niños más competentes. Los arquitectos debemos tener claro que no podemos hacer proyectos convencionales sino responder a las necesidades de futuro de los alumnos.