¿CUÁLES SON LOS VERDADEROS OBSTÁCULOS QUE NOS IMPIDEN LA INCLUSIÓN?

Visual thinking de @anasalamanca99

CONI ORBAIZ

Licenciada en Psicopedagogía. Ejerce su profesión en un colegio y en su consultorio particular. Se ha especializado en el abordaje de pacientes con discapacidad neuro-motriz. Da charlas en escuelas, universidades y congresos sobre temáticas referidas a la discapacidad e inclusión. En 2017, su charla TED en el TedxRíodelaplata ante 10.000 personas, tuvo una gran repercusión. Al nacer tuvo una parálisis cerebral, que le ha provocado problemas de movilidad y de habla.

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(Los parráfos en negrita corresponden a Pepe Menéndez y los párrafos sin destacar, a Coni Orbaiz)

Nota: Las expresiones sobre discapacidad e inclusión están expresadas respetando el lenguaje de la invitada

Yo antes pensaba que me iba a ser muy difícil el ejercicio de la psicopedagogía por mi discapacidad, pero fui descubriendo, a lo largo de la carrera y de los años de profesión, que lo más importante en la psicopedagogía es la creatividad para armar recursos a medida del paciente y de su familia. Por eso, ahora pienso que mi discapacidad no fue una imposibilidad.

A menudo, hablas de la importancia del sujeto y de la subjetividad en el acompañamiento de la discapacidad, especialmente delante del peso del diagnóstico y de los tratamientos de terapia

El paradigma social de la discapacidad está determinado por dos concepciones. Por un lado, el paradigma superador y, por otro lado, el paradigma médico se apoya del diagnóstico. Convivimos con estos dos paradigmas y estamos en una tensión permanente. Por eso, más allá de esta visión, recalco la importancia de la subjetividad. A menudo, el diagnóstico arrasa con la subjetividad de la persona. Y todas sus cualidades se atribuyen al diagnóstico, y esto no es así. Por eso, se debe trabajar la subjetividad de la persona, más allá del diagnóstico y de las circunstancias médicas.

¿Cómo fue tu trayectoria y experiencia escolar?

Fui a una escuela Waldorf desde el jardín de infancia hasta el noveno grado (14 años). En total, fueron doce años de pedagogía Waldorf muy apoyada por cómo me educaban en mi casa. Lo que pasaba en casa se reflejaba en la escuela. Mi madre se volcó mucho en el estudio de esta pedagogía.

Hubo aspectos muy positivos, especialmente en lo que tiene que ver con la espera sin presión sobre el desarrollo de cada niño, que me benefició. Otro aspecto que me favoreció mucho es el tipo de aprendizaje tan vivencial o lo artístico. Son experiencias que te quedan muy adentro.

También hubo situaciones difíciles, especialmente después del tercer grado (9 años). Por ejemplo, en mi escuela no me permitían el uso de una computadora y me fui retrasando en el aprendizaje. Me ponían trabajos muy manuales cuando yo tenía problemas motrices. Estaba todo el tiempo mirando lo que hacía el otro y dándome cuenta de la diferencia de resultado.

Al final de los nueve años de escolarización, sentí que se ponía en duda mi capacidad intelectual. Esto no tenía que ver con la pedagogía Waldorf sino con los docentes que estaban en la escuela. Lejos de integrarme, cada vez estaba más fuera del aula que dentro de ella. También hubo otras cosas que me marcaron mucho. Siempre pienso que toda esta experiencia me ha hecho ser la psicopedagoga que soy ahora. Para mí el problema es que los docentes, como algunas familias, se creían que lo sabían todo y menospreciaban el resto de escuelas. Como psicopedagoga, he tenido pacientes que venían de Waldorf con buena experiencia, y otros con mala. No es una cuestión de pedagogía, sino de personas.

Después de la escuela Waldorf, me faltaban tres años para acabar la escolarización obligatoria, que debía hacer en una “escuela común”. Tuve que tomar clases particulares de algunas asignaturas para presentarme a un examen que debía rendir para acceder. Entonces, me encontré con los libros de texto y con la obligación de rendir exámenes. Una pregunta que me hacen mucho es si después de tantos años de pedagogía Waldorf, uno se logra acostumbrar a estos cambios. Yo era una chica muy voluntariosa que me esforzaba mucho. Pero mi experiencia fue que me resultaba más fácil esta pedagogía tradicional que la de Waldorf. Sentía que ahora estaba todo dado. Por ejemplo, en los últimos años de la escuela Waldorf “vivía” en la biblioteca municipal. En la escuela, te proponían un tema, y tenías que arreglártelas. En cambio, en el nuevo colegio, te daban los libros de texto, en los que ya estaba todo hecho. Hasta me sentía más relajada porque, a veces, en la Waldorf te pedían cosas que te obligaban a ir a una embajada, por ejemplo, o al barrio chino. Ibas a la escuela por la mañana, pero por la tarde te la pasabas buscando cosas.

En el primer examen que hice en la nueva escuela saqué un 2. Era el primer examen de mi vida y he de admitir que tuve problemas porque no entendía las preguntas. Era un examen totalmente memorístico y absurdo. Pero en el “recuperatorio” saqué un 9. Recuerdo perfectamente cómo me tuve que adaptar a ese tipo de exámenes, absurdos, que consistían en completar un párrafo con palabras, por ejemplo. Me cuestiono muchos aspectos de la pedagogía Waldorf, como profesional incluso, pero una pedagogía basada en vivencias es mucho más poderosa.

En los dos casos, las personas fueron determinantes. Tuve algunas experiencias negativas en Waldorf con una mejor pedagogía; y tuve algunas experiencias positivas en la escuela común con una pedagogía tradicional.

¿Cómo fue tu experiencia relacional en la escuela de secundaria?

Me tocó un grupo chiquito y lo pasé muy mal. No pude crear vínculos y estaba completamente sola. También había resultado un desafío tener amigos en la escuela de Waldorf, donde padecí burlas, pero como llevaba tantos años, había conseguido tener un grupo de amigos.

Había tenido que derribar un muro, a base de mucho esfuerzo, para entrar en la nueva escuela. Y fue muy frustrante para mí no poder relacionarme con nadie. Tenía buenos resultados académicos, pero estaba aislada. Me entristeció mucho y me llevó a una depresión. Llegué al tercer y último año, pero no pude acabar en la escuela. Volvía a casa muy angustiada, llorando. La gente pensaba que me habían robado. Finalmente, mis padres dijeron basta.

Todos necesitamos que no solo nos vaya bien la parte académica, sino también la vinculación y lo relacional. De lo contrario, algo se rompe dentro de nosotros.

Es algo que siempre destaco en mis conferencias. Estamos abocados a armar planes individuales de exámenes y de estrategias sobre cómo abordar diferentes aspectos académicos, pero las relaciones sociales se trabajan muy poco. Y no hay uno sin lo otros. Es esencial. No creo que un alumno vaya a la escuela solo por un objetivo social, ni creo que deba asistir solo con una finalidad académica. Es un “interjuego”.

¿En qué momento decidiste que querías ser psicopedagoga?

¡Uf! Antes de explicártelo, te voy a explicar una cosa. Cuando decidí no seguir en la escuela de secundaria, y estaba en casa deprimida, mi madre me dijo: “¡levántate, andá, que tienes que buscarte en colegio!”. Tenía dieciocho años. Salí y encontré un bachillerato para adultos donde estuve muy bien. Hice amigos, tenía unos horarios más tranquilos, y pude acabar la escolaridad. Cuando me preguntan por mis años de escuela, siempre digo que es un capítulo aparte.

En este momento ya sabía que quería estudiar algo relacionado con la discapacidad. Empecé Educación Especial, pero me encontré con muchas trabas. Era todo muy difícil porque me encontré con muchas barreras mentales. Y decidí cambiar.

Me pasé a un instituto teresiano para empezar Psicopedagogía, y me recibieron muy, muy bien.

¿Cuáles eran las diferencias y las barreras entre las dos?

Hubo algo que marcó la primera diferencia. Cuando entré en la institución teresiana, me recibió la directora, me preguntó lo que podía y lo que no podía, y lo comunicó a todos los docentes. Fíjate que una profesora me confesó después de varios años que, cuando la directora les comunicó mi incorporación, estuvo a punto de presentar su renuncia. Y después, en cambio, adoré a aquella profesora.

En el primer instituto de Educación Especial, que era público, había mucha burocracia. Defiendo totalmente la educación pública, pero allí viví situaciones muy duras. Por ejemplo, cuando ves que para que te tomen examen oral, dependes de la buena voluntad del profesor y te topas con una profesora que pedía un certificado del Ministerio de Educación. O cuando lo fonóloga dijo delante de todos que todo docente debía pasar un examen fonobiológico, y que quien tuviera algún problema tenía que hablar con ella. Esto me pasó el primer día de clase. Me presenté en su despacho y toqué la puerta con toda la inocencia que me caracterizaba entonces. Ahora, ni hubiera ido a su despacho. Pero entonces, aún estaba dominada por la postura que a veces tenemos de vernos obligados a pedir permiso para pertenecer y para ser, que nos coloca en un lugar difícil. Yo le decía todas las dificultades de habla que tenía, que tartamudeaba y que me costaba pronunciar la letra erre, y ella lo iba escribiendo en un papel con el fin de que me dirigiera al instituto municipal para que me habilitaran. Yo le dije que lo mío es crónico, si querés yo voy a donde me digas… y entonces me miró y me dijo: “¿qué vamos a hacer con vos?”. Es completamente distinto a que te reciba la directora y que te diga: “ya sabemos lo que tienes ¿cómo podemos ayudarte?”. 

Esto nos recuerda la importancia del efecto espejo en el aprendizaje. Si una psicopedagoga no puede ejercer su profesión por su habla, los alumnos que tengan una característica similar no podrán reconocerse en ella, y sentir que es admitido en la sociedad.

Es un tipo de vivencias que te marcan desde muy pequeño. A partir de la charla TEDxRío de la Plata en 2017, sentí que se abrieron muchas puertas. Bastantes personas que me conocían de antes, y que dudaban de mi capacidad y no se relacionaban conmigo, fue como si pensaran “así, que vos pensás”.

Y fuiste reconocida por tu trabajo como la psicopedagoga que eres. Trabajas en un jardín de infancia y atiendes en una consulta privada. ¿Cómo concibes tu trabajo como psicopedagoga?

Es apasionante y a la vez plantea desafíos todo el tiempo. Tengo un grupo de ocho amigas que somos todas psicopedagogas con diferentes especialidades. En la pandemia, nos hemos pasado sábados por la noche pensando cómo resolver problemas que tienen nuestros pacientes niños.

A mí, por ejemplo, me apasiona encontrar actividades para trabajar numeración con niños que no tienen movilidad. La falta de experiencia motora es una dificultad en la construcción de los números y en todo lo que es lógico matemático. Estaba pensando en cómo ayudar a una niña a aprender a contar elementos sin poder contar con los dedos. Un día, me desperté a la una de la mañana con la solución. Era una “pavada”. Se me ocurrió que en el power point se active un círculo en cada elemento, y que ese círculo contenga un número, para que el último círculo remarque el resultado final. Son cosas que me hacen mucha ilusión.

¿Crees que tienes mayor facilidad para encontrar soluciones de este tipo, precisamente porque tienes una discapacidad? ¿Crees que eres un espejo en el que se miran los niños que tratas?

A raíz de todo lo que he vivido, siempre me he sentido inferior a otros colegas profesionales. Pero la realidad es que, cuando asisto a reuniones y me plantean problemas, tengo la habilidad de pensar de manera distinta, y me quedo muy sorprendida que, cuando planteo soluciones o alternativas, veo a mis colegas apuntando lo que digo y me dicen que a ellos no se les había ocurrido. Especialmente en cuestiones relacionadas con la parálisis cerebral.

Respecto a los niños, te diré que yo antes hablaba mucho de mí en las terapias. Y las familias me traían a sus hijos a conocerme. Nunca me presté a esto. Hay una idea equivocada que consiste en la búsqueda permanente de recetas. Surge de su propio dolor y de la ansiedad. Pero no hay recetas. De todos modos, te explicaré el caso de un niño que me ha marcado mucho hace poco. Se llama Iván y tiene una parálisis cerebral muy severa, pero con una inteligencia muy brillante. Un día, sentado en su silla, me preguntó porqué habló así. Me desconcertó. Le expliqué que por un problema que tuve al nacer y me respondió un escueto “¡ah!”. Y ahí lo dejé. No creo que un niño deba profundizar más en el conocimiento de una lesión cerebral, y menos él. Es algo que trabajo muchos con los profesores, un niño con discapacidad tiene que tener dónde reflejarse. Cuando yo era pequeña, mis muñecas tenían discapacidad y acudían a terapia. Es muy importante tener espacios donde se represente. Lo importante es mostrarse como eres, sin importar cómo pintas, cómo hablas o si se te caen las cosas, como me pasa a mí. Si no lo hacemos así, estamos devolviendo una imagen del mundo que no es real.

En mis charlas de inclusión, llega un momento que hablo de estrategias concretas. En ese momento, todos comienzan a tomar notas pensando que voy a dar la fórmula de matemáticas. Y siempre digo que solo se puede construir desde lo que se puede, levantado nuestro andamiaje.

Algunas veces, te he oído cuestionar la dicotomía entre las escuelas especiales y la inclusión en escuelas ordinarias. Es una cuestión que preocupa a muchas familias con hijos en esta situación y a los propios docentes.

Lo primero que hay que tener claro es que, para aprender, la persona se tiene que sentir cómoda, valorada y querida. Creo que la dicotomía que comentas es una trampa del sistema. Nos llenamos la boca hablando de inclusión, pero, a la hora de pensar en trayectorias diferentes y más flexibles, nos encontramos con barreras. ¿Por qué un alumno de una escuela especial no puede certificarse en secundaria para luego poder ejercer una profesión? Lamentablemente, no lo puede hacer en la escuela común. Pero si pensamos en tiempos diferentes y en otras estrategias, llegará a un título que le pueda habilitar para estudios terciarios.

La escuela especial y la escuela común han de ser un puente. Las dos deben aprender mutuamente. He tenido críticas por defenderlo. Yo no digo que todos los niños deban ir a una escuela común. Yo digo que todos los niños deben aprender en un lugar donde se sientan cómodos. Ojalá que sea la escuela común sea cada vez más capaz. Pero ahora, siento que el sistema tiene aun muchas trampas.

Cuando te conocí en el TED en Buenos Aires, me impresionó mucho tu presentación, tu fortaleza y tu valentía para estar delante de aquellas diez mil personas. También conocí a tus padres, y sentí que una parte de tu fortaleza venía de tus padres. Has conocido muchos casos como el tuyo, aunque parezca obvio, ¿cuál es tu visión sobre el papel de la familia para poder avanzar desde la dificultad de la discapacidad?

Yo trabajo mucho en orientación a los padres. Creo que un hijo con discapacidad viene como una bomba que rompe un montón de estructuras en la familia. Cada uno de los componentes de la familia se acerca a la discapacidad desde su propia personalidad. Por eso, digo en mis charlas, que la discapacidad es un espejo, que saca lo mejor y lo peor de cada uno, donde se refleja lo que cada uno es. Aquel familiar que no se puede acercar a mí, como lo vivo, tiene que ver más con su propia dificultad más que con la mía. Pero creo que hay que desmitificar que solo sales adelante si tu familia es perfecta. La mía no lo es como lo saben los que la conocen. Las familias que conozco que han hecho un buen proceso han sido aquellas que han mostrado mayor sensibilidad a transformarse. Hay un video que expresa esta idea señalando que, cuando viene un hijo con discapacidad, es como estar preparado para ir a la playa, y que te digan vamos a la montaña. Los que mejor lo han afrontado son los que dejaron de pensar en la playa y se prepararon para subir a la montaña.

Creo que en la educación y en todos los ámbitos de la vida va a haber más inclusión y más lugares para todos, en los que se nos respete y se nos valore que cada uno puede distinto. 

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Publicado por Pepe Menéndez

Soy Pepe Menéndez. Comunicador y consultor en procesos de transformación profunda de la educación. He formado parte del equipo directivo de Jesuïtes Educació, que imaginó, diseñó y desarrolló el proyecto de transformación educativa "Horitzó 2020". Nací en Barcelona el 21 de agosto de 1956. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (1982). Trabajo en educación desde 1981. He enseñado en todas las etapas educativas de la Secundaria y de la Formación Profesional. Convencido que el liderazgo para el aprendizaje y la transformación social puede dar mejores oportunidades a alumn@s y profesor@s.

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